La historia de cada familia es única, todas tienen la suya. Los Domínguez Bocanegra son una de esas familias que llaman la atención, que tienen un mensaje para transmitir y se enfrentan a cada obstáculo que se les presenta. Como ellos mismo dicen, "siempre hay que tirar para adelante".
Inicios y Dificultades
Madrid, barrio de la Concepción, finales de los años setenta. Sentado sobre un bordillo de la acera, el joven José Luis Domínguez (Madrid, 1951) le pega un bocado a su sándwich. Aunque intenta esconderlo, está viviendo el peor momento de su vida; uno de esos en los que, o rebotas, o caes hasta el fondo. Hace unos meses que su padre, un importante empresario metalúrgico, saltó delante de un coche en la calle General Ricardos.
El negocio estaba en quiebra y la presión de no poder pagar a sus 200 trabajadores pudo con él. El inesperado suicidio de su padre truncó los planes de toda la familia, en especial los de José Luis, el pequeño de cinco hermanos. En vez de ir a la universidad, como habían hecho los demás hijos, José Luis se vio obligado a ponerse a trabajar en lo primero que encontró: vendiendo enciclopedias en inglés puerta a puerta. Cualquier ingreso era vital, porque lo que dejó su padre no llegaba ni para pagarle el sepelio.
Aquel día, en el barrio de la Concepción, José Luis se había pasado el día llamando a las casas sin conseguir una sola venta, y ya era su segundo día en blanco. Estaba haciendo todo lo posible por vender, pero era tímido y cada 'no' hacía mella en su estado emocional. Además, se sentía como un estafador por vender una enciclopedia en inglés a sabiendas de que nunca le sería útil al comprador.
Sentado en el bordillo, con el sándwich y el maletín con las enciclopedias, Domínguez tuvo su epifanía: "Ese fue el momento que cambió mi vida. De repente, sentí cómo me recuperaba, cómo cogía fuerzas de nuevo, y me sentí yo mismo. Me levanté de un salto y fui a casa de un señor con la convicción de que todo iba a salir bien. Le vendí la enciclopedia y ya no paré de hacerlo", dice Domínguez.
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Fue ese instante cuando comenzó una vida de película que, en apenas 15 años, le convirtió en un empresario multimillonario, con su yate y sus coches deportivos, al que la reina de Inglaterra, Alfredo Pérez Rubalcaba y Amancio Ortega se pegaban por saludar.
De Vendedor de Seguros a Empresario Informático
Se le dio tan bien vender seguros que le ascendieron en Nationale Nederlanden (ahora ING). Era un puestazo, pero yo me sentía vacío. Mi padre siempre quiso que mis hermanos y yo fuésemos empresarios y yo se lo prometí mirando al cielo el día que murió. Quería montar algo y no sabía qué, hasta que un día me vino una idea viendo a unos chicos jugar a una maquinita del bar.
Era un juego de unas palas y una pelotita que va de un lado para otro... En aquellos años nunca habíamos visto algo así, tú movías una palanca y te respondía la pala en la televisión. Me fascinó. Yo ya estaba dándole vueltas a la idea de vender cursos de inglés, porque sabía que nadie lo hablaba en España e iba a ser importantísimo en el futuro, pero aquello se vendía con un libro y unas cintas de cassette, era siempre el mismo rollo.
Así que se me ocurrió que sería genial poder llevar esos cursos a la televisión, que es a lo que todo el mundo estaba enganchado, y que fuera interactivo con unas palancas como las del Pong. Me presenté en la Escuela de Ingenieros de Telecomunicaciones de la Politécnica y les pedí a los estudiantes que me construyesen una máquina como la del Pong, pero donde se pudieran cambiar los programas, que a la postre iban a ser los cursos de inglés. Me respondieron que lo que yo quería ya existía y que se llamaba ZX 81, de Sinclair. "Es un miniordenador que por ahora solo venden en Inglaterra. Si vas y nos traes uno, nosotros podemos hacerte ese 'software' con cursos de inglés", me dijeron. Así que me fui para allá.
Yo llegué allí con la intención de comprar los que pudiese, cargarlos con nuestro 'software' y venderlos en España. Pero por unos días se me adelantó El Corte Inglés, que los tenía en exclusiva e iba a empezar a venderlos inmediatamente, ese mismo 1981. ¡Qué putada! Yo veía que había negocio en los microordenadores, así que terminé trayéndome cincuenta Acorn Atom, uno de sus competidores, a ver qué tal funcionaban aquí. Pero nada, chico, no le interesaban a nadie. Se lo ofrecía a arquitectos e ingenieros, les enseñaba sus capacidades, pero todos me decían lo mismo, que dónde demonios estaba el 'software' que necesitaban, que estaba loco si creía que iban a escribírselo ellos mismos.
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Visto que en el 'hardware' no me iba muy bien.... se centró en el 'software'. Durante varios meses, Domínguez y Jorge Silva, un amigo chileno que ejercía como traductor, husmearon por todas las ferias de microinformática de Inglaterra. Allí se reunían pequeñas empresas que estaban lanzando su primer programa y, sobre todo, padres cuyos hijos habían creado un juego o una aplicación en casa y la querían mostrar al mundo.
Domínguez recopilaba todas aquellas cintas, les imprimía una carátula y las vendía en España a través de El Corte Inglés. Después volvía a Londres, citaba a todos los desarrolladores en un hotel, el White House, y les entregaba sus 'royalties'. La plantilla de Indescomp, en 1984. José Luis es el de la izquierda, con bigote. Las cintas no dejaban mucho margen, pero el negocio no dejaba de crecer. Tanto, que el director comercial de Nationale Nederlanden alquiló de tapadillo una planta entera enfrente de su oficina, en Castellana 141, para imprimir, traducir y seleccionar los programas de su distribuidora.
Nacimiento de Indescomp
Acababa de nacer Indescomp, la empresa que puso los cimientos de la informática en España. "Yo nunca he sabido cómo funciona un ordenador, ni tampoco los juegos. Necesitaba a alguien que me ayudase a seleccionar qué merecía la pena traducir y editar para España y qué no, porque había juegos que vendían ocho o 10 copias, era un desastre", sostiene Domínguez.
"Monté un pequeño estand en el SIMO, la antigua feria de la informática de Madrid, y se acercaron por allí unos chavales a toquetear los juegos. Me dijeron que sabían programar y que podían hacer sus propios juegos, de modo que me los llevé a la oficina. Allí se pasaban horas y horas trasteando por amor al arte, yo no les pagaba nada, si acaso les daba 100 pesetas para que se comprasen la merienda", dice el empresario.
Los de Indescomp no eran unos adolescentes cualquiera, sino los pilares de la conocida como 'Edad de Oro del Software Español'. Allí estaba Paco Menéndez, autor de la genial 'La abadía del crimen', Carlos Granados, Camilo Cela (quizá le recuerden de su época como presidente del USCA) y Fernando Rada, creadores de 'Sir Fred' y fundadores de la desarrolladora Made in Spain, y Paco Suárez y Paco Portalo, padres de 'La Pulga-Bugaboo' que, además de ser el primer videojuego español, tuvo un éxito salvaje en Reino Unido. Sobre la influencia de este juego en el sector, basta decir que los Premios Nacionales del Videojuego, las estatuíllas, tienen forma de pulga.
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La Llegada de Amstrad
Se estaba hinchando a vender juegos, pero seguía con el gusanillo de los ordenadores. Es que había que vender un montón de juegos para sacar un mínimo de beneficio, era un trabajo enorme para ganar algo de dinero. A usted le gusta mucho el dinero, ¿verdad? Desde siempre. El dinero es muy importante, ayuda a conseguir la felicidad. Me fascina el dinero, las formas de generarlo, de conseguirlo, de gastarlo... además yo empecé sin un duro, me obsesioné por conseguir dinero y esa es una fuerza que ha guiado mi vida. Usted quería entrar en el 'hardware'. Sí.
Un día leí en el periódico que Amstrad, el gran rival de Sinclair, iba a lanzar un nuevo ordenador. Del artículo recuerdo, porque me impresionó, que decía de Amstrad que era un "gigante de la electrónica" y que su ordenador tenía un solo cable, lo que era un gran avance comparado con el Spectrum, que había que conectarle cien cosas para que funcionase.
Así que, con el miedo que me daba que me lo volviese a birlar El Corte Inglés, empecé a llamar a aquella empresa para que me dejasen importarlos a España. Le ponía a Jorge el teléfono en la oreja y le decía: "Venga, hasta que nos hagan caso". Llamaba a la empresa de Sir Alan Sugar, tan famoso por su falta de empatía que tiene hasta un 'reality' donde está constantemente despidiendo gente. Era y es un tío durísimo, un déspota. Es una persona que se crio vendiendo antenas por los mercadillos de Tottenham y que se ha abierto camino a mordiscos.
Al principio no quiso ni ponerse al teléfono. Decía que había tenido una mala experiencia durante una charla en Barcelona y que no volvería a hacer ningún negocio con los españoles. No quería saber absolutamente nada de nosotros ni de nuestro mercado. Para entonces, yo ya me consideraba un vendedor experto y sabía que si conseguía que me recibiese, de un modo u otro me traería los ordenadores a Madrid. Pero no había manera chico, nada de nada. Nos colgaban el teléfono.
Yo sabía que Sugar estaba a punto de sacar un ordenador y que no tenía juegos todavía, así que le ofrecí 'La Pulga', que era número en ventas en Inglaterra para Spectrum. Eso llamó su atención y por primera vez me hizo caso. Me dijo: "De acuerdo, si eres capaz de convertir este juego a mi nuevo ordenador en menos de un mes, lo incluiremos con el pack de lanzamiento". Acepté, pero era casi imposible hacerlo a tiempo. Estuvimos un mes trabajando de día y de noche para conseguirlo.
Los chavales ni siquiera estaban en nómina, eran estudiantes, lo hacían porque les divertía, aquello fue una locura que nos salió perfecta. Al final no solo nos dio tiempo a hacer 'La Pulga', sino que también portamos 'Sir Fred' para Amstrad. Se presentó en la sede de Amstrad con los juegos. Sugar no quería negociar con los españoles, no nos quería ni ver. Y me emperré en que los viese Alan Sugar en persona. Costó la de dios y apareció con una malísima cara: el ceño fruncido, sudando y las mangas remangadas. Me dijo que me daba solo un minuto y, zas, los juegos no cargaban.
Vaya diez minutos pasé ahí, con una tensión enorme, porque Sugar quería marcharse y las citas no iban. Al final funcionaron, a Sugar le parecieron bien y le dijo a Watkins que lo arreglase con los royalties. Fue entonces cuando jugué mis cartas: le dije a Sugar que no quería royalties, que esos juegos eran un regalo para que viese que los españoles también sabemos hacer cosas buenas.
En serio, y funcionó de narices. El tío se quedó parado, sorprendidísimo, y me dijo "acompáñeme". Me enseñó el nuevo ordenador, me explicó cómo funcionaba, que se fabricaban en Corea, lo que tardaban en entregarlos... y me preguntó que cuántos quería para navidades. ¡No veas qué susto! Pues 500, venga, qué sabía yo. Creía que Sugar me los entregaba y yo se los pagaba después de venderlos, pero no, no me dejaba sacar un equipo de allí sin pagarlos todos antes. Sugar no adelantaba ni una peseta, literal. Tuve que ir a El Corte Inglés a convencer a Isidoro Álvarez para que me hiciese una hoja de pedido, que en aquella época valía tanto como dinero, y traerme los ordenadores a España.
Una día me llamó Isidoro y para pedirme 2.000 unidades más. Yo no podía conseguirlas, porque era Sugar quién decidía a dónde iba la producción, pero el hombre estaba muy compungido: se había comprometido con los clientes y eso para Álvarez era sagrado. Afortunadamente Sugar entendió la situación y derivó parte de las unidades de Francia e Italia para El Corte Inglés.
El Éxito y la Facturación de Indescomp
Los ordenadores de Amstrad, como los de Sinclair, entraron con fuerza en España, que se convirtió en uno de los principales mercados de Europa. Además, Domínguez fue el primero en llevar los microordenadores a la televisión y a los periódicos. Este uso agresivo de la publicidad, junto con ofertas no menos valientes, como regalar una impresora valorada en 40.000 pesetas, convirtieron a Amstrad en la marca de informática más conocida en España.
En los años intermedios de la década de los ochenta, CPC y Spectrum vendían cerca de 80.000 unidades al año en nuestro país, a lo que había que sumar los ingresos por las impresoras, juegos y otros periféricos. En el caso de Domínguez, la facturación de Indescomp, reconvertida a distribuidora de Amstrad en España, ascendió como un cohete:
- En 1983 facturó 30 millones de pesetas.
- En 1983, 200.
- En 1984 fueron 2.000 millones.
- En 1985, 8.0000.
- En 1986, 14.000 y en 1987, 21.000 millones de pesetas, que actualizado al IPC y al euro equivaldrían a una facturación de 310 millones de euros.
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