Este trabajo tiene como objetivo destacar la relevancia que tuvo la pequeña y mediana empresa en el crecimiento económico en España entre 1959 y 1975. Esta etapa, últimos años de la dictadura del general Franco, ha sido denominada recientemente como la «edad de oro» de la economía española, aunque el término más empleado por economistas e historiadores ha sido el de la «época del desarrollismo» (Carreras y Tafunell, 2004).
Para realizar un análisis de la actividad empresarial en los sectores industriales es preciso incorporar un conjunto de factores que nos ayuden a comprender el papel que jugaron las pequeñas y medianas empresas en la etapa del desarrollo económico español. Sin embargo, existen serias dificultades para llevar a cabo ese estudio. En primer lugar, por la ausencia de fuentes estadísticas que engloben todas las variables empresariales y por la propia complejidad de la actividad industrial. Y en segundo, porque es relativamente frecuente que algunas pequeñas empresas desarrollen su tarea de modo clandestino o con parte de su actividad en la economía sumergida.
Por estas razones, adquiere especial relevancia la fuente utilizada en este trabajo: el censo anual de actividad industrial elaborado por el Instituto Nacional de Estadística (INE, 1959-1975). Esta fuente ofrece una valiosa información sobre el número de sociedades y de empleados que trabajaban en ellas, el valor de la producción generada y el cálculo medio de trabajadores ocupados. Estos datos permiten estimar la evolución de este tipo de empresas, así como analizar el conjunto de los sectores industriales y su aportación al crecimiento económico.
El texto se ha dividido en varios apartados. Tras esta breve introducción, en el segundo epígrafe se analiza la eficiencia y la competitividad de las pequeñas y medianas empresas (pymes). El tercer apartado es una breve incursión en la dinámica de la industria española y se estudian las acciones que realizó la Administración del Estado para fomentar y promocionar el establecimiento de un buen número de pequeñas y medianas empresas. En este entorno se revisa, en el cuarto apartado, la evolución y desarrollo que experimentó este tipo de sociedades en un contexto regulador e intervencionista. A continuación, en el quinto epígrafe, se examina la relevancia que adquirieron las pymes en la etapa de oro de la economía española y se considera su papel en función de las cifras que aporta el INE. Estos datos permiten explicar de forma destacada cómo se logró el fuerte crecimiento que experimentó la economía española en este período. En esencia, supone una nueva aportación en el debate sobre la relevancia de la pequeña empresa frente a las grandes empresas. Por último, a modo de breves conclusiones, se describen las variables explicativas de la competitividad de la pequeña y mediana empresa española durante la etapa final de la dictadura de Franco.
La capacidad competitiva y la eficiencia de las pymes
La discusión teórica sobre la relevancia de las pymes ha tenido una gran vigencia en las dos últimas décadas y se han presentado múltiples argumentos para explicar el éxito de estas empresas (Chandler y Hanks, 1993; Weinzimmer et al., 1998; Delmar, 1997; Storey, 1994; Delmar y Wiklund, 2003; Torres, 2008; Díaz Morlán, 2008). Alfred D. Chandler marcó una etapa fructífera en el desarrollo de estudios sobre la historia empresarial. Sin embargo, prestó escasa atención a la pequeña y mediana empresa (Tirole, 1990; Langlois y Robertson, 2000; Gourvish, 2005; García Ruiz y Manera, 2006). Autores como Sexton han relacionado el auge de las pymes directamente con su crecimiento, que se puede alcanzar mediante la integración vertical−relacionada o no con la diversificación−, a través de la obtención de licencias o por la consecución de alianzas o joint ventures (Sexton, 1997; Soler y Marco, 2008). Otra alternativa para el crecimiento es la internacionalización basada en las redes (Butler y Hansen, 1991; Jarillo, 1989). La variedad de las estadísticas utilizadas−ventas, activos, empleo, tasa de mercado, beneficios e insumos−, dificultan la valoración del papel jugado por las pymes (Delmar, 1997; Carbó, 2009).
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El crecimiento se relaciona con el éxito, pero también conduce a nuevas situaciones que tal vez no sean nada deseables para la empresa (Covin y Slevin, 1997; Low y Macmillan, 1988; Flamholtz y Randle, 1990; Davidsson, 1989; Wiklund et al., 2003).
El distrito industrial, donde imperan este tipo de empresas, lo estudió Alfred Marshall. En las últimas décadas destacan, entre otros, los trabajos de Giacomo Becattini (Becattini, 2005; Parejo, 2001). Este autor ha explicado que los altos niveles de producción no se alcanzan exclusivamente en una única empresa −la gran empresa−, sino que se pueden lograr por medio de un grupo de pymes concentradas en un mismo lugar (Trullén, 2007). De este modo resuelven las restricciones que pueden suponer las economías de escala, aunque en ocasiones se pueda generar una elevada dependencia de las condiciones externas. Para Becattini el distrito industrial es una entidad específica generada por un grupo de empresas en un espacio concreto, que se integran en beneficio recíproco (Becattini, 1991, 2006). Por su parte, Dei Ottati aclara que las ventajas competitivas al unirse dichas empresas responden también al ambiente social de su integración (Dei Ottati, 2006).
Como determinó Marshall, las condiciones que permiten el desarrollo de un distrito industrial son la existencia de un obrero formado y especializado y una eficiente organización entre las empresas para conseguir una producción competitiva e innovadora (Marshall, 1890, 1919; Goñi, 2010; Trullén, 2006). Se afirma que los clusters son más innovadores y tienen un proceso de internacionalización más intensivo (Audretsch y Feldman, 1996). Margrit Müller et al. hacen una parecida argumentación sobre las empresas suizas: si bien hubo un predominio de la gran empresa en el proceso de internacionalización, ahora crece más la presencia de las pymes (Müller et al., 2009). Para España, Paloma Fernández −al analizar el sector del metal−, explica que allí donde dominaron las pequeñas y medianas empresas familiares se advierten las pautas que expusieron ya Anna Grandori y Giuseppe Soda o Mark Granovetter y Mark Casson, cuando se refirieron a la «manera de regular la interdependencia entre empresas distintas»(Fernández Pérez, 2006). Es decir, empresas unidas en la integración vertical, con reglas que no son exclusivamente económicas, sino que incorporan elementos muy concretos como son la afinidad personal y regional. En modo alguno es exclusivo de este caso, sino que se reproduce en muchos otros, como se expone en el trabajo de Fernández, Colli y Rose. Más aún, según cuantifica Galetto, los distritos son muy innovadores y crean un espacio económico que compite de forma eficiente (Fernández Pérez et al., 2003; Galetto, 2008).
En España hay muchísimas pequeñas y medianas empresas eficientes y son varias las razones que explican esta realidad. Primeramente, en un mercado inicial existe un número abundante de pequeños competidores que en su gran mayoría carecen de poder de mercado, por lo que, teóricamente, hay cuasiperfecta competencia. Como España tuvo un fuerte despegue económico en el decenio de 1960, es muy probable que este fenómeno sea visible en algunos sectores industriales, aunque en ese periodo el proceso estuvo condicionado por la importación de tecnología en forma de compra de equipos, maquinaria y cesión o alquiler de patentes. Se siguió la pauta general de un país con capacidad para copiar y aprovechar los avances tecnológicos de las economías más desarrolladas. Así, en una primera fase del desarrollo, las pequeñas empresas, en las que hubo una relación directísima entre propietario y gestor, pudieron avanzar en la formación de grandes grupos empresariales, tal como ha sido el caso de Inditex, S. A. y su propietario Amancio Ortega (Bonache Pérez y Cervino Fernández, 1996; Alonso, 2000; Martín, 2004; O’Crofton y Dopico, 2007).
En segundo lugar, las pequeñas empresas disponen de la ventaja de la independencia en la toma de decisiones, que es una gran prerrogativa. Aunque también cabe citar el caso de aquellas que se encuentran supeditadas a la acción de las grandes empresas por su vinculación y dependencia hacia estas últimas. Sería el caso, por ejemplo, de las pequeñas empresas auxiliares que fabrican piezas y material para los colosos del automóvil (Ortíz-Villajos, 2009 y Ortiz Villajos, 2010De La Torre, 2007). Es evidente que, en este caso, estos deciden directamente por aquellas.
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La tercera razón que explica el protagonismo de las pymes estriba en los costes laborales, puesto que los salarios de sus trabajadores suelen ser más bajos que los de las grandes empresas. Por otra parte, cuentan con un nivel inferior de cotización a la Seguridad Social, una menor conflictividad laboral, un escaso nivel de sindicación y una abundancia de trabajadores a tiempo parcial, sin olvidar el empleo de mano de obra femenina, que percibe sueldos todavía más exiguos (Martinez Lucio, 1992; Malo y Muñoz-Bullón, 2008).
Sin duda, otras ventajas que presentan las pymes serían la confianza en las empresas familiares y contar con alternativas a las deseconomías de escala, así como a la debilidad jurídica en el caso que nos ocupa −en la etapa franquista−. Por último, para justificar la presencia de las pymes, también es preciso considerar factores alejados de la eficiencia económica. Éste es el caso de la tenacidad y resistencia que algunas pequeñas empresas desarrollan en el mercado y que, en ocasiones, incluso son aceptadas o permitidas por las grandes (Waite, 1973).
Dicho esto, en este trabajo la dimensión de las empresas se puede conocer a través de los datos que ofrece el INE sobre el número de empleados. A su vez, estas tablas, permiten establecer el nivel de concentración de la actividad, lo que revela las posibilidades de accesibilidad y la propia dinámica de estos sectores (INE, 1959-1975). En los años analizados, 1959-1975, siguiendo los índices de Herfindahl, hubo empresas grandes en sectores como la industria petrolera, la minería y la construcción naval. La fuente utilizada no aporta datos sobre la formación de grupos empresariales, puesto que sólo ofrece el número de empresas. Pero esta ausencia se atenúa porque en el período estudiado este proceso fue significativamente inferior al existente en la actualidad (Buesa y Molero, 1998a, 1998b).
Schumpeter, en sus últimos análisis, también resaltó cómo la innovación aumenta con el tamaño de la empresa y el incremento del cambio tecnológico sobreviene en función de la concentración del mercado (Schumpeter, 1947). En esta misma línea, la literatura que analiza las barreras de entrada tecnológicas desde el análisis empírico es coincidente y reafirma que es poco relevante la presencia de las pequeñas empresas, así como su aportación en I+D (Nicholas, 2003; Villalba, 2005). Por tanto, existe una relación positiva entre el tamaño de las empresas y la actividad innovadora. A este respecto, Cebrián ha explicado cómo las grandes empresas tienen más capacidad para conseguir el cash flow necesario para desarrollar procesos de investigación, generalmente con un elevado coste y un alto riesgo (Cebrián Villar, 2005). Así llegamos al denominado tamaño mínimo eficiente, que se erige en el principal factor de carácter tecnológico que determina las dimensiones de las empresas de un sector y su concentración. Esta magnitud de la empresa está condicionada por dos elementos. En primer lugar, por la intensidad de capital que constituye el condicionante en la distribución de tamaños y los costes de transacción (Williamson, 1986). Y en segundo, por el grado de apertura a la competencia exterior que -por las economías de escala−, resulta muy beneficiosa para las grandes empresas (Scherer y Ross, 1990).
Las empresas monopolísticas rentabilizan a mayor escala los beneficios de la innovación y, en la medida en que existen perspectivas de control del mercado, se hacen más presentes los alicientes para dicha innovación (Schumpeter, 1934). Sin embargo, también se advierte que la ausencia de un mercado competitivo o la posesión de una importante cuota de mercado desincentiva el cambio tecnológico, debido a que la empresa privilegiada no está amenazada por la entrada de nuevos competidores (Rosado, 2009). Esta tendencia es más evidente cuando las barreras de entrada son altas. En general, como señala Cebrián, las grandes empresas innovan más en los productos relativamente homogéneos con mayor elasticidad de la demanda. Por su parte, las pequeñas empresas son más innovadoras en mercados con un alto grado de competencia (Cebrián Villar, 2005). En esta misma línea, el tamaño empresarial tiene un mayor efecto sobre las altas tasas de innovación en aquellos mercados que cuentan con bajas oportunidades tecnológicas. Por tanto, cuando los costes de capital y de entrada son elevados, la aportación de las pequeñas empresas a la innovación es pequeña.
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Evolución histórica del concepto de empresa
En el sistema económica imperante, la empresa es, junto con los consumidores y el Estado, uno de los tres agentes de la actividad económica. Aunque es ahora cuando la empresa ha adquirido su significado más completo, lo cierto es que esta figura empresarial ha existido desde hace mucho tiempo. Los siglos XVII y XVIII serán recordados como aquellos en los que se instauró el capitalismo mercantil, el cual tenía su principal razón de ser en el comercio como actividad económica básica. Además, fue en esta época cuando se desarrollo fuertemente la actividad bancaria, la cual basaba su actividad principal en financiar las campañas bélicas de las potencias de la época. Las Compañías de las Indias son las primeras sociedades comerciales de las que se tiene noticia.
En el siglo XIX los sistemas económicos se dejaron llevar por los efectos de la Revolución Industrial gestada durante el siglo anterior. Esta impulsó un tipo de actividad económica no tan simple como la anterior, sino muchísimo más compleja. Las fábricas supusieron una transformación total de los procesos productivos de la época. El trabajo se volvió más mecánico que manual y eso trajo consigo la necesidad de cada vez más operarios en las empresas. Los pequeños talleres artesanos fueron desapareciendo poco a poco y su actividad se trasladó a las propias fábricas.
A partir de principios del siglo XX la producción deja de ser la única preocupación de las sociedades. En este contexto, la empresa deja de ser exclusivamente una unidad de producción para convertirse en una unidad financiera y de decisión. Las necesidades de capital trajeron consigo el desarrollo del crédito bancario. En la actualidad, el papel de las empresas se ha vuelto mucho más complejo debido a fenómenos como la globalización o al avance incesante de las nuevas tecnologías de la información y del conocimiento. La empresa no es, por tanto, un ente aislado, sino que forma parte de un entorno mucho más complejo que está formado por elementos interrelacionados entre sí y con la propia empresa, sobre los cuales esta tiene escasa o nula influencia pero que condicionan su actividad.