Carlos Lehder fue la mano derecha de Pablo Escobar y el cofundador del cartel de Medellín. En su libro "Vida y muerte del cartel de Medellín", cuenta la historia de la mayor banda criminal de la historia. Hoy, Lehder es un abuelo que ha pasado 33 años preso y que ahora lee cuentos a los nietos.
Infancia y Juventud
Tuvo mucha suerte, su infancia fue bastante feliz. Pero cuando tenía cuatro años, sus padres se divorciaron. Su padre era alemán. Su país había perdido la guerra. Las secuelas psicológicas de aquella derrota repercutieron en su relación con su madre. Ellos lo dejaron. Y él y sus hermanos fueron internados en colegios católicos porque no había hogar.
Desde muy temprana edad, se acostumbró a tratar de solucionar él mismo muchos asuntos. No tenía ni conocimiento ni experiencia, pero ese factor hizo que se independizara muy pronto. Llegó un tiempo en que le pidió a su madre que le ayudara a viajar a Nueva York para establecerse allá porque quería crecer en Estados Unidos. Llegó a los 15 y ahí acabó su infancia.
Primeros Delitos
Delinquió por su fascinación por los automóviles. Es normal que a un joven le gusten los coches, el problema es que él no tenía modo de comprarse los mejores coches. Trabajó en restaurantes, en fábricas y al final ingresó en una banda que robaba carros con 18 años. Por ello acabó preso en una cárcel federal de Estados Unidos y luego regresó a Colombia.
El Nacimiento del Cartel de Medellín
Conoció a Pablo Escobar, trabajó con él, hicieron negocios y fueron amigos. Era un personaje muy peculiar porque él no le tenía miedo a ningún ser humano. No le temía a la prisión de Colombia, solo le tenía miedo a una cosa: la prisión de los gringos. En esa época él abrió una agencia de automóviles con dinero de la coca en Medellín y muchos de los narcos emergentes se convirtieron en sus clientes, le compraban los carros, así los fue conociendo a todos.
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El cartel surgió por la alarma que les causó que el Gobierno de Colombia, secretamente, hubiese negociado un tratado de extradición con el Gobierno de Estados Unidos. No tenían el conocimiento, pero tenían abogados y ellos les explicaron lo que eso supondría. Vieron que el volcán podía explotar con la extradición. Cada uno de ellos tenía una organización criminal. Pablo tenía la suya, él tenía la suya, los Ochoa tenían otra, Rodríguez Gacha (El mejicano) tenía la suya, Alonso Cárdenas... Eran ocho o nueve y los que más cocaína movían. Eso los unió en el sentido de que todos paraban bajo el mismo techo y reconocieron a Pablo como un guía, como un mentor, como un defensor. El temor a ser expulsados de Colombia formó el cartel de Medellín.
Operaciones de Tráfico de Drogas
Muchos trataron de llevar coca a Estados Unidos. Unos iban por México y perdían hasta la vida, otros se iban por otras rutas. Él optó por la estrategia de comprar una isla en Las Bahamas [Cayo Norman, bautizada así por un pirata del siglo XVIII]. Le costó aproximadamente dos millones de dólares y después fue construyendo de todo, pista de aterrizaje incluida, para poder realizar los envíos en aviones. Eso le permitió crecer muchísimo. Transportó por encima de 50 toneladas de cocaína y por debajo de 100.
Recuerda que le envió un regalo impresionante a la esposa del primer ministro de Las Bahamas, un montón de joyas con diamantes, esmeraldas, anillos, pulseras [valoradas en 200.000 dólares]. La señora rechazó las joyas y alguien las acabó robando.
Vida en Prisión
En las prisiones que él estuvo nunca los guardias ni los oficiales le maltrataron y ofendieron, pero tuvo que soportar varios asaltos físicos de otros presidiarios. Allí hay gente muy sabia y digna, pero también está lo peor de lo peor. Asegura que se contuvo y no tuvo que proceder a matar a ningún preso. Habría sido fácil matar, el problema es que te cae otra cadena perpetua. Lo que sí hizo allí en vez de matar fue aprender a cocinar. Sobrevivió a muchas. Tiene un disparo que le pasó cerca del corazón. Trataron de secuestrarle y el tiro se fue resbalando por la costilla.
En 1970 y 1980, el Ejército colombiano y la Policía tenía sus escuadras de asesinos. Eso no era como decir: llévenlo al juzgado, al tribunal, al juez. No. Te mataban. Lo que pasa es que si eras un hombre poderoso entonces se medían más. Después de que el Gobierno decretó la guerra contra el cartel, prácticamente a cualquiera de ellos que cogían lo eliminaban. Por eso es su libro un testamento genuino para dar fe de que había arbitrariedades de una parte y de la otra. No solo hubo excesos por parte del narco. La vida no valía mucho. Son cosas que no deben volver a ocurrir.
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Reflexiones y Arrepentimiento
De lo que se arrepiente es de haberse involucrado en el contrabando de cocaína. Pero eso no es felicidad. Tuvo éxito porque tuvo disciplina, don de mando, no fraternizaba con los trabajadores y se dedicaba a planificar lo que necesitaba planificar. Cuando daba la palabra, la cumplía. Cuando uno promete una situación, la resuelve. Pablo confió en él, Rodríguez Gacha confió en él, Jorge Ochoa confió en él, Alonso Cárdenas confió en él. Los traficantes más grandes de Medellín confiaron en él porque él cumplía su palabra. Sus socios norteamericanos, lo mismo y era exitoso transportando pronta y eficientemente la droga desde Colombia a Estados Unidos. Había honestidad entre bandidos.
El Carlos Lehder de entonces era intrépido y audaz, pero también un estúpido que arriesgaba su vida por más y más cocaína y más y más dinero. Todo mezclado de aventura, porque esa vida implicaba manejar los aviones, preparar los botes en la isla, todo. Había esparcimiento, claro, pero el negocio era tan demandante.
Estos cuatro años de libertad en Europa han sido los más felices de su existencia [vive en Alemania]. Nadie le persigue, no le debe nada a nadie, está en paz con el Gobierno de Washington, está en paz con el Gobierno de Colombia.
En el mundo clandestino, cuando alguien intenta matarte tú tienes que defenderte. La vida no está para regalarla. Él desde pequeño ha tenido vocación de plegaria buscando a los ángeles y al Virgen María y todavía lo hace, los venera y los alaba.
Con una clase política limpia, habría sido imposible traficar. Los políticos cobraban su parte y los policías. En su época, un policía de Colombia ganaba 100 dólares al mes. Le decían: "Ve a molestar a ese narco", pero venía y les decía: "Me dijeron que los molestara, pero si usted me diera una ayudita yo digo que no lo encontré". Hoy ya no es así, pero antes sí.
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No era admiración fanática, sino cierta tendencia a estar al lado de los alemanes. Lo que sucede es que, cuando vino a Alemania, le contaron de los crímenes del nacionalsocialismo contra los alemanes y ha cambiado de opinión sobre la rectitud de Hitler y sus excesos de matar alemanes.
Leí mucho. No era un hombre educado, se autoeducó allí dentro, en las librerías de la prisión o con los libros que le mandaban sus hijas. La lectura fue una prodigiosa vitamina mental. Recuerda que se leía un libro al mes. Muchos de los que él leía eran españoles, se ha leído todos los libros del fantástico escritor Arturo Pérez-Reverte.
Como cristiano, el perdón existe y que un hombre arrepentido de los pecados ante la Iglesia o de los delitos ante el Gobierno, legislativamente y éticamente tiene derecho a recibir perdón. Olvido no y lo acepta. Recalca que no es una persona civilizada al nivel de los europeos, no y menos con 33 años de presidio. No es alguien a quien quieras invitar a cenar. Pero es un hombre rehabilitado que no le debe nada a la justicia.