Relación entre emprendimiento y empleo en España

Según la Estadística de Personas Trabajadoras por Cuenta Propia Afiliadas a la Seguridad Social, elaborada por el Ministerio de Trabajo y Economía Social, actualmente España cuenta con más de 3.380.000 autónomos (3.384.481 según los datos de enero de 2025). Esto supone un incremento del 1,22% en comparación con los datos del mes de enero de 2024.

En concreto, de acuerdo con los datos de la Federación Nacional de Asociaciones de Trabajadores Autónomos (ATA), el crecimiento se traduce en la incorporación de más de 42.000 nuevos trabajadores por cuenta propia. No obstante, desde ATA se matiza que, pese a que se ha creado empleo en las grandes y medianas empresas, el 2024 también se ha visto marcado por la destrucción de empleo entre autónomos y pequeñas empresas.

Algunas plataformas vinculadas con el autoempleo llevan tiempo haciéndose eco de las problemáticas de los profesionales autónomos y ofreciendo ayudas a los emprendedores. Es el caso de la campaña “Apoya a un autónomo” puesta en marcha por Cronoshare, un Marketplace que pone en contacto a clientes que buscan un servicio con profesionales cualificados de toda España que puedan llevarlo a cabo.

Tal y como explica Carlos Alcarria, socio cofundador y CMO de Cronoshare: “Desde la plataforma queremos facilitar la captación de clientes y trabajos para profesionales autónomos, sobre todo para aquellos en una situación más vulnerable”.

En concreto, la iniciativa consiste en una aportación económica directa de 20 o 30 euros, dependiendo de la profesión, para que los profesionales que se registren por primera vez puedan utilizar en la plataforma. Algunos de los requisitos son tener menos de 30 o más de 55 años y disponer del alta en el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos (RETA) con una fecha de alta menor a 6 meses desde la compra del primer pack de cronos (que es la moneda virtual de la plataforma).

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Hay que tener en cuenta que España cuenta con un perfil de emprendedor bastante envejecido, ya que la edad media de los autónomos españoles supera los 40 años. Y los profesionales más jóvenes se encuentran con distintos retos a la hora de emprender: la dificultad para acceder a financiación, el impacto de la inflación o el aumento de la competitividad en los distintos sectores son algunos de los aspectos más relevantes en este sentido.

Por otra parte, habría que señalar que la mayoría siguen siendo hombres (63,1%) frente a la cantidad de mujeres emprendedoras (36,9%). No obstante, en los últimos años se está observando un crecimiento sostenido del emprendimiento femenino y cada vez parece haber más mujeres involucradas en iniciativas emprendedoras.

CCAA con más profesionales autónomos: Madrid y Andalucía lideran el ranking

La Comunidad de Madrid cerró el año 2024 con más de 10.900 nuevos autónomos. Le sigue de cerca Andalucía, que finalizó 2024 con un incremento de alrededor de 10.500 profesionales.

Si nos centramos en el ranking global, las 5 comunidades autónomas con mayor número de profesionales autónomos son: Andalucía, Cataluña, Madrid, la Comunidad Valenciana y Galicia. No obstante, también destacan otras comunidades, como Castilla y León, Canarias, Castilla La Mancha, País Vasco o Murcia.

En cuanto a la tasa de emprendimiento, el incremento más notable se ha visto reflejado en los datos de Baleares y Canarias, que han aumentado un 2,7% respecto al año anterior. Les sigue la Comunidad de Madrid, con un aumento del 2,6% y la Comunidad Valenciana con un 2,3%.

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Como añadido, Málaga se consolida como la provincia con mayor número de autónomos de España, aunque en este sentido también sobresalen Barcelona y Gerona como dos provincias con un gran impulso emprendedor.

Por otro lado, también hay comunidades autónomas que han sufrido bajadas en cuanto a la afiliación de profesionales autónomos. Destacan en este sentido Castilla y León y Asturias, con una bajada del 0,9% cada una, seguidas por Galicia (-0,4%), Aragón (-0,2%) y País Vasco (-0,1%). También pierden autónomos en 2024 Navarra, Cantabria y la Ciudad Autónoma de Ceuta.

Profesionales autónomos por sectores en España

Según los datos ofrecidos por el Ministerio de Trabajo y Economía Social, en España los sectores de servicios, construcción, agricultura e industria son los que acumulan un mayor número de profesionales autónomos registrados, sin olvidar otras actividades que tienen mucho peso en distintas comunidades, como puede ser la hostelería.

Al mismo tiempo, la industria y la agricultura se han convertido en dos de los sectores más afectados por la reducción de profesionales autónomos en el último año, lo que podría augurar problemas relacionados con el relevo generacional en estas áreas en el futuro.

La Tasa de Actividad Emprendedora (TEA) española -que mide las iniciativas con menos de 3,5 años de vida en el mercado-, ha aumentado un punto con respecto al año anterior (del 5,2% al 6,2%) y, por primera vez en 8 años, ha superado el umbral del 6%, acercándose a cifras anteriores a la crisis (7,6% en 2007). La tasa de negocios consolidados (con más de 3,5 años en el mercado) también ha crecido, situando a España (7%) en la media de Europa y por encima del total de las economías impulsadas por la innovación.

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Respecto a las motivaciones a la hora de crear un negocio, el 68,5% de las personas lo hace porque detecta oportunidades en el mercado, mientras que al 28,3% lo impulsa la necesidad. La TEA presenta una participación masculina relativamente mayor que la femenina (55,1% frente 44,9%); no obstante, la brecha entre hombres y mujeres a la hora de emprender viene disminuyendo de forma continua desde 2012.

El informe refleja un incremento en las percepciones de oportunidades de negocio entre los españoles: el 32% afirma que percibe buenas oportunidades (el mayor índice desde 2005), un dato positivo si se las considera un antecedente de las decisiones para emprender. En cuanto a las percepciones sobre sus capacidades para emprender, el porcentaje de españoles que considera que posee las necesarias se mantiene en torno al 45%, y cuatro de cada diez encuestados señalan el miedo al fracaso como un condicionante para el comportamiento emprendedor.

Si bien el índice TEA ha aumentado, la orientación a la innovación y las expectativas de crecimiento de los nuevos negocios son modestas. El grado de innovación, que según GEM se da cuando una iniciativa emprendedora ofrece un producto o servicio nuevo para el mercado, se mantiene estable desde la perspectiva de los emprendedores (en torno al 35%).

Este trabajo analiza la evolución del emprendimiento corporativo en las provincias españolas y su relación con el empleo entre 2000 y 2023. Clasifica las provincias en cuatro regímenes de crecimiento: emprendedor, rutinario, de puerta giratoria y en declive, basados en las tasas de creación de empresas y de crecimiento del empleo, y examina la interacción entre dinamismo empresarial y crecimiento del empleo.

El análisis se divide en tres fases: expansión económica (2000-2007), recesión (2008-2015) y recuperación (2016-2023). Los resultados muestran una relación positiva entre la creación de empresas y el crecimiento del empleo durante los periodos de expansión y recuperación, pero una desconexión durante la recesión.

El objetivo de este artículo es el de proponer una reflexión crítica acerca del concepto de emprendimiento, término clave en las nuevas políticas de activación laboral en España y la Unión Europea.

Uno de los debates más relevantes de la actualidad en relación con el mercado de tra­bajo trata sobre las políticas contra el desem­pleo. El enfoque tomado al respecto por parte de las instituciones ha cambiado a lo largo del tiempo y las medidas adoptadas han variado considerablemente desde que el desempleo ha empezado a considerarse como un problema social.

La evolución de estas políticas de empleo se caracteriza fundamentalmente por un énfa­sis cada vez mayor en la importancia de que sean activas; esto es, que no se limiten exclusi­vamente a proporcionar una ayuda económica ante la falta de ingresos, sino que tengan la capacidad de activar al desempleado, propor­cionándole recursos formativos y competen­cias que le permitan encontrar un empleo.

Y es que uno de los fines de estas nuevas polí­ticas es el de estimular, entre los desempleados, el espíritu emprendedor. Si existen dificultades para encontrar empleo en el mercado de tra­bajo actual, ¿por qué no crearlo uno mismo a partir de la puesta en marcha de una empresa?

En la mayoría de los países occidentales las políticas sociales de empleo se han trans­formado profundamente a lo largo de las últi­mas décadas. El ejemplo más destacado a este respecto es el de las nuevas estrategias de la Unión Europea, caracterizadas por el enfoque activo e individualizado del desempleo y que, por supuesto, han inspirado e influido en la política de empleo española.

Esta nueva orien­tación ha permitido la consolidación de nuevos paradigmas en las políticas sociales de empleo actuales (a nivel tanto europeo como nacional), como la activación y la flexiguridad.

El interés por resolver el problema del des­empleo masivo arranca en la década de los años setenta, con la crisis de las economías occiden­tales a partir de 1973.

Las altas tasas de paro, que alcanzaron en los países europeos cifras de dos dígitos al final de esa década (con especial incidencia entre los jóvenes), coincidieron con la sustitución de las políticas del bienestar keynesianas de gasto público generoso por políticas neoliberales cen­tradas en la reducción de dicho gasto público y la desregulación de la economía.

Se impuso así el neoliberalismo como el marco ideológico dominante en un período de profunda trans­formación del capitalismo. Todo ello favoreció la institucionalización de una nueva sociedad del riesgo, en la que el mercado se convirtió en el centro de distribu­ción de recompensas, mientras que las políticas del Estado poskeynesiano se concebían como instrumentos de actuación paliativa para los que no demostraban ser suficientemente com­petitivos.

No solamente se intensificó el control sobre los desempleados con prestaciones por desempleo, sino que se dibujó una nueva estrategia adaptada a los preceptos del marco ideológico neoliberal domi­nante. Se hizo hincapié en la reanimación de las economías y el incremento de la rentabilidad de los negocios, para lo que se debía aumen­tar el dinamismo del mercado en aras de una mayor competitividad y capacidad de atracción de inversión.

Países como Estados Unidos y el Reino Unido contaban con gobiernos neoliberales, de modo que el dinamismo de sus economías con un bajo desempleo se convirtió en el modelo a seguir.

En definitiva, a lo largo de los ochenta, en la mayor parte de los países de la Europa occidental se adoptaron con mayor o menor radicalidad políticas orientadas a la reforma del mercado de trabajo, desregulándolo con el objetivo de mejorar las condiciones de contra­tación a las empresas para aumentar su competitividad, así como también reformas de las políticas de empleo para reducir su coste y aumentar su eficacia.

Estas transformaciones no solo tenían como propósito responder a los problemas sociales desde una perspectiva más cercana a la lógica del coste-beneficio (de la que beben nuevas líneas teóricas como la Nueva Gestión Pública), sino también buscaban atajar el problema del desempleo desde un enfoque más individualista y psicológico, mientras que anteriormente se había analizado como un desafío de naturaleza eminentemente colectiva.

Con la integración de España en la Comunidad Económica Europea (CEE) y la pos­terior evolución de esta en la Unión Europea (UE), este pasa a ser el enfoque común en el espacio europeo. En el caso español, además, el pro­blema del desempleo ha sido uno de los grandes desafíos del período democrático.

Tras la consolida­ción de paradigmas como el de la activación y la flexiguridad (Keune y Serrano Pascual, 2014), el emprendimiento ha ganado protagonismo como instrumento para luchar contra el desem­pleo desde la óptica de las políticas de activación (Serrano Pascual y Fernández Rodríguez, 2018).

En ellos se plasma la idea de que el emprendimiento ya pertenece a las políticas activas de empleo, y que la de emprender es una actitud deseable no sola­mente para los perfiles clásicos de empresario (un selecto grupo de personas con orientación a los negocios) sino para toda la sociedad.

No obstante, estas medidas han generado un debate relevante en relación con su efecto real sobre la creación del empleo, al menos en el contexto español.

En líneas generales, en cada recesión la destrucción de empleo ha continuado siendo muy elevada y la posterior recuperación se ha hecho a costa de su mayor precarización.

En el caso español, estos retos aluden a un contexto empresarial muy particular, caracte­rizado por la hegemonía de las microempresas, una especialización productiva en servicios de bajo valor añadido, requerimientos escasos en cualificación, y una cultura empresarial marcada por un cierto autoritarismo.

En este sentido, los problemas propios de la estructura económica del país y de su mercado de trabajo parecen haber supuesto un reto formidable para la apli­cación de reformas inspiradas por la Comisión Europea. El caso del emprendimiento no es muy diferente.

Como señalan varios autores (Briales, 2017; Martínez y Amigot, 2018), los incentivos para que todos creen nuevas empresas consti­tuyen, posiblemente, una acción contradictoria en términos de lucha contra el desempleo. Estas estrategias podrían generar una suerte de huida del estatus del trabajo asalariado, de modo que personas que antes se encontraban en una relación salarial pasarían a ser trabajadores autónomos, en muchos casos en condiciones muy precarias (los “emprendeudores” mencio­nados por Briales, 2017).

Lo cierto es que, más allá de su efecto real sobre el mercado de trabajo, la promoción del emprendimiento y de la figura del emprendedor supone también un intento de impulsar un cambio cul­tural en el espacio del trabajo.

En este aspecto, destaca la importancia que la denominada ideología gerencial o del management (Fernández Rodríguez, 2007) ha adquirido en la representación de cómo los empresarios ven el mundo, así como para el fomento de políticas que modifican de forma profunda el funcionamiento de las organiza­ciones, las instituciones y los mercados.

Hoy en día este discurso se ha convertido en hegemó­nico, reflejando lo que algunos autores, como Boltanski y Chiapello (2002), han definido como “espíritu del capitalismo”. Esto implica que se aceptan sus postulados como si estos fueran de sentido común, algo natural y de necesaria apli­cación práctica en el mundo de la empresa y otras organizaciones.

Sin embargo, una mirada a la evolución de los discursos del management muestra que, lejos de formar un corpus de ideas estables, los valores empresariales que se difun­den en las sociedades contemporáneas son el resultado de una reflexión cambiante espoleada por las transformaciones del entorno tecno­lógico, económico, político y cultural.

En efecto, en la década de los cincuenta los discursos gerenciales apenas mencionaban la cuestión del emprendimiento. En ese periodo, caracterizado por la producción fordista, la burocratización de las grandes corporaciones y los mercados oligopolísticos, el objetivo de la política empresarial consistía en la minimización de riesgos.

Frente al capitalismo decimonónico, individua­lista, caótico y basado en una competencia des­piadada, tras la Segunda Guerra Mundial las ideas gerenciales fueron proclives a abandonar la filosofía de libre mercado que consideraba el riesgo individual como la clave rectora del com­portamiento de los actores del sistema, en favor de una mayor estabilidad.

De este modo, el sistema capitalista comenzó a gobernarse desde una óptica que enfatizaba el control de los riesgos, la racio­nalidad y la estabilidad.

La empresa moderna se concebía como un sistema político de gestión de la racionalidad técnica y económica, donde la gerencia administraba y supervisaba el proceso productivo.

Esta visión se completaba con esfuerzos gubernamentales, la construcción del Estado de bien­estar como vehículo para la redistribución de la renta y la generalización del sentimiento de segu­ridad entre las distintas capas de la población.

La idea era apartar a los indivi­duos de los riesgos del mercado e integrarlos en las organizaciones. Sin embargo, en los años setenta del siglo pasado todo se transformó radicalmente.

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