Estilo de Liderazgo de Margaret Thatcher: Características y Análisis

Este artículo analiza el liderazgo de Margaret Thatcher mostrado en la película Iron Lady, sobrenombre con el que se la conoce, a través de diversas teorías sobre el liderazgo así como la influencia del cine en el legado visual y biográfico de algunas personalidades relevantes.

Margaret Thatcher, denominada por muchos la Mujer de Hierro, fue la primera mujer primer ministro de Gran Bretaña. Características del liderazgo de Margaret Thatcher. Por todo ello, podemos concluir afirmando que el estilo de liderazgo de Margaret Thatcher era el autocrático o autoritario.

Características del Liderazgo de Margaret Thatcher

El liderazgo de Margaret Thatcher es un estilo más afín a los perfiles rojos-azules: Liderazgo Resolutivo. Cada estilo de comportamiento tendrá una tendencia natural a liderar de una manera muy concreta. En dicho estudio identificó cuatro estilos de comportamiento. El dr. en Psicología de Harvard, William Moulton Marston desarrolló una teoría para entender el comportamiento de las personas con normalidad psicológica.

Su comunicación era unidireccional: del líder al subordinado. “No soy una política de consenso. “Nadie se acordaría del buen samaritano si sólo hubiera tenido buenas intenciones. La crítica situación de recesión de Gran Bretaña cuando ella llegó al poder, la obligó a actuar drásticamente. Era rápida y eficiente en su toma de decisiones. No digas, ¡actúa!. «Si quieres que algo se diga, pídeselo a un hombre.

Margaret Thatcher tomaba decisiones sin contar con su equipo aunque éstas no fueran del todo populares.

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Margaret Thatcher: Un Mito con Múltiples Interpretaciones

La influencia de sus ideas ha hecho que tanto sus partidarios como sus enemigos hayan desarrollado un mito de Thatcher. Por encima de su carácter, Thatcher, que ha muerto con 87 años, fue probablemente la figura política británica más importante desde la posguerra, en la medida en que cambió el discurso político y lo hizo de forma que su legado se prolongó después de ser sacrificada por sus compañeros de partido. Como es habitual, la realidad admite varias interpretaciones.

Matthew Parris, diputado tory entre 1979 y 1986, contó en una ocasión a Margaret Thatcher que se había lanzado al Támesis para salvar a un perro. “¿Un perro? ¿En serio que rescataste a un perro?”, respondió ella.

El Ascenso al Poder de Margaret Thatcher

No. Son la tremenda crisis de los 70 y los errores de otros líderes conservadores los factores que la aupan al poder. Los tories no tienen piedad con los líderes que no están en condiciones de ganar en las urnas. La doble derrota de Heath en las dos elecciones de 1974 sella su futuro. Renuncia a disputarle el liderazgo a Heath y Thatcher le sustituye. Joseph es el líder natural del sector liberal, pero se autodestruye. Pronuncia un discurso en el que abraza las tesis eugenésicas. Renuncia a disputarle el liderazgo a Heath y Thatcher le sustituye. Después, a causa del escándalo originado y el acoso de la prensa, se encierra en su casa y decide que no está dispuesto a pasar por eso.

El ala más conservadora de los tories estaba dirigida por un grupo de lunáticos aún nostálgicos de los tiempos del imperio. La crisis de los 70 desata un interés por la economía que termina por dar sentido y coherencia a este sector. El líder natural de ese grupo es Keith Joseph, el gran mentor de Thatcher. Thatcher es su mejor alumna.

Los conservadores le dan el puesto, pero no la lealtad. Muchos creen que ha ganado sólo por efecto del desastre de la era de Heath. Aún no puede imponer sus puntos de vista en el partido. Ella se mueve con cautela y ofrece puestos en el Gabinete en la sombra a los partidarios de Heath. Sorprendentemente para todos, Thatcher gana en primera vuelta con 130 votos, por 119 de Heath. Aprovecha ese impulso con habilidad, demuestra una convicción ausente en sus rivales de la segunda vuelta y vence con mayoría absoluta. Nadie cree que vaya a ganar pero sí que puede debilitar a Heath para que surja un tercer candidato.

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Incluso así, Thatcher sabe cómo rentabilizar su condición de cara nueva en un país de políticos avejentados. Se mueve con cautela y no busca impresionar al electorado con grandes expectativas. Como líder de la oposición, no quiere asustar. Describe las privatizaciones como revolucionarias, casi impensables. Suena tan moderada que algunos temen que el sector más derechista intente desbancarla. Es una cuestión táctica. Está esperando su momento. “Hay gente en mi partido que aún cree en el consenso.

La Economía y la Popularidad de Thatcher

Gran Bretaña es el enfermo de Europa. Y en mitad de todo ese panorama, la popularidad personal del primer ministro laborista James Callaghan resulta ser superior a la de Thatcher. En 1976, la humillación se completa cuando el Gobierno tiene que pedir un crédito al FMI. No, a pesar de que la situación económica del país es pavorosa a finales de los 70. A cambio, y en una época de alto desempleo, se ve obligado a recortar el gasto público y controlar el ascenso de los precios. La inflación está desbocada y las protestas laborales son constantes. Ocho meses antes de las elecciones, algunos sondeos todavía dan ventaja a los laboristas.

No. Incluye en su Gobierno a varios tories del sector moderado e incluso da a uno de ellos, James Prior, la cartera de Empleo. Encargar a uno de los suyos la responsabilidad de hacer frente a los sindicatos “supondría un desafío que aún no estamos listos para afrontar”, diría años después. De hecho, al poco de llegar al poder tiene la oportunidad de enfrentarse a los sindicatos mineros y prefiere no hacerlo. Acepta sus reivindicaciones salariales, porque esperará algún tiempo antes de la ofensiva definitiva. En el Ministerio de Hacienda, sí coloca a sus partidarios, dirigidos por Geoffrey Howe.

“The lady is not for turning”, dice en el congreso tory de 1980. La lucha contra la inflación es la prioridad y el coste económico, muy alto. La retórica, eso sí, no tiene límites. La señora no se da la vuelta, es decir, no cambia de opinión. Es muy probable que algunos de los presentes apreciaran una divertida connotación sexual en la frase. No en el caso de Thatcher, que no tenía mucho sentido del humor.

Los tories caen al tercer puesto en los sondeos. Las divisiones en el Gabinete enfrentan a radicales y moderados, e incluso algunos partidarios de Thatcher creen que se está yendo demasiado lejos. El país ha salido de la recesión pero sigue en crisis. El crecimiento es sólo del 1,7% en 1981 y del 2,2% un año después, insuficiente para recuperar lo perdido. El paro llega a los tres millones, los tipos de interés están en el 16%. Los conservadores se hunden hasta el 23% en las encuestas. Para encontrar un cambio radical, hay que esperar a 1981, cuando Howe presenta lo que él mismo llama el “presupuesto más impopular de la historia”.

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El nuevo partido socialdemócrata, escisión de los laboristas, sigue ganando elecciones parciales, lo que hace pensar que en los siguientes comicios ningún partido tendrá la mayoría absoluta. La recuperación económica de 1982 ayuda a los conservadores a recuperar posiciones.

La Guerra de las Malvinas

Entonces, no estaba tan claro. La fuerza naval británica no era la del pasado. La distancia con el Atlántico Sur, un obstáculo logístico impresionante. Ahora nos parece que Londres no tenía otra opción que hacer frente a la agresión de la dictadura argentina. Thatcher no dudó en ningún momento. Y tuvo esa experiencia de guerra que permitió a los británicos recuperar cierta mística nacional que fue tan habitual en los años de la Segunda Guerra Mundial.

La decisión más polémica de la guerra fue el hundimiento del General Belgrano, el buque de guerra argentino que se estaba alejando de la zona de exclusión en torno a las Malvinas impuesta por Londres. El almirante Woodward, jefe de la operación militar, envió a uno de sus hombres a la residencia de la primera ministra en Chequers, y en la misma entrada recibió rápidamente el visto bueno al ataque.

El Conflicto con los Mineros

La victoria de las Malvinas y la mejora de la situación económica -el PIB creció un 4,3% en 1983- hacen que los tories entren en mucho mejor estado en 1984. No hay margen para las negociaciones. Es en su segundo mandato cuando se ocupa de la misión que tiene pendiente. Coloca a un duro al frente del Consejo Nacional del Carbón. Aprovisiona de carbón las centrales para que una posible huelga tarde muchos meses en causar problemas de suministro. El sindicato de los mineros, dirigido por Arthur Scargill, está dispuesto a librar la guerra hasta el final. Ningún bando quiere ceder.

El plan de cierre de los pozos no rentables se acelera. Es el comienzo de los años de poder incontestable para la primera ministra. No es que la economía haya despegado por completo. El crecimiento cae al 2,1% en 1984. Los 66.000 mineros de Yorkshire habían votado tres años antes a favor de la huelga si se cerraba un solo pozo mientras quedara carbón que sacar. El 5 de mayo de 1984, los mineros de Yorkshire se declaran en huelga ante el inicio de los cierres. Abandonan los pozos a los que no volverán hasta un año después. En algunas zonas del país, los piquetes no pueden impedir que algunos mineros no secunden la huelga. El momento más dramático es la batalla de Orgreave, en junio de 1984. 5.000 mineros se dirigen a bloquear la planta, pero la policía ha tomado posiciones antes con un número similar de agentes. Durante todo un día mineros y policías intercambian cargas y golpes. Durante meses, las familias de los mineros no reciben salarios y viven de la ayuda del sindicato y donaciones caritativas. Scargill mantiene una postura férrea en los negociaciones, pero el apoyo a la huelga se va diluyendo. Thatcher ha vencido.

El Final de la Era Thatcher

Muchos analistas creen que el periodo que va de 1985 a 1989 (inicio de la revuelta del ‘poll tax’) es cuando Thatcher impone su voluntad al partido y al Gobierno sin ningún tipo de contrapeso. La arrogancia suele ser una consecuencia del poder absoluto. “Nadie recordaría al buen samaritano si sólo hubiera tenido buenas intenciones. También tenía dinero”, había dicho en 1980. Con esa extraña filosofía, impone a los ayuntamientos el ’poll tax’.

Si quieren ofrecer servicios, deberán pagarlos con sus fondos. El impuesto es completamente regresivo. Obliga a los ciudadanos a contribuir por igual, independientemente de su nivel de renta o de la ciudad o barrio en que residen. La injusticia de la medida es manifiesta. Esta vez, son la clase media y los jóvenes los que se lanzan a la calle. Los conservadores son conscientes de que Thatcher no cederá y que eso les llevará a la derrota. Además, las relaciones con Europa provocan una confrontación total dentro del partido, que se prolongará también en los años de John Major. Thatcher alimenta el alma euroescéptica de los tories.

Es la división sobre Europa, la que origina la dimisión del viceprimer ministro, Geoffrey Howe, y su discurso en la Cámara de los Comunes, que revela que Thatcher no dirige ya a un partido unido. Varios ministros creen que su obstinación va contra los intereses del país. El exministro Heseltine se ve obligado a adelantar el desafío por el liderazgo. Derrota a Heseltine en la votación, pero sin llegar a la mayoría absoluta. Si bien es casi una humillación, está dispuesta a continuar luchando. Los pesos pesados del partido le convencen de que obtendrá aún menos votos en la segunda ronda. Nadie se atreve a decirle que no le va a votar.

El Legado de Margaret Thatcher

Sí, por extraño que parezca. El electorado conservador y muchos medios de comunicación vieron la retirada de Thatcher como un ejemplo nefando de traición a la altura del asesinato de Julio César. En realidad, fue un cálculo frío y hasta obvio. La victoria de 1992 fue decisiva. Si Thatcher hubiera seguido y perdido esas elecciones, un partido laborista no reformado habría llegado al poder y descompuesto todo el edificio thatcheriano. En el libro ‘Thatcher & Sons’, el periodista Simon Jenkins lo explica muy bien. Major, Blair y Brown convirtieron el thatcherismo en irreversible.

La liberalización de la economía, la máxima flexibilidad laboral, la apuesta por el sector financiero, la negativa a desarrollar una política industrial a través de la intervención del Estado y la desconfianza en las instituciones europeas se convirtieron en el discurso oficial. Blair llevo la privatización a cada rincón de la economía y fue el primer ministro más autoritario de los tiempos modernos, en expresión de Jenkins, si por autoritario entendemos su ca... Autoritaria, directa y contundente, Margaret Thatcher diferenciaba claramente las palabras de los hechos y estaba más interesada en los segundos.

Pese a tener muy claro que gustar a la gente no era su objetivo, ganó tres elecciones seguidas y ha pasado a la historia como una de las líderes más influyentes del mundo. Su comunicación era unidireccional y su liderazgo, autocrático y dominante. En un mundo social como en el que vivimos ahora, en el que la comunicación es mucho más participativa, el discurso de la ex primera ministra puede parecer de otra época. Fue una líder autoritaria, que controlaba totalmente a sus subordinados y a quien no le interesaban demasiado sus opiniones.

Thatcher era consciente de que sus detractores la criticarían hiciera o dijera lo que fuera, así que no les tenía en la menor consideración. Sus acciones y palabras se dirigían a objetivos, y los que compartían esos objetivos la seguían aún más porque sabían que su discurso era veraz y fiel a sus ideales.“Si sólo te propusieras gustar a los demás, estarías preparado para ceder sobre cualquier tema y en cualquier momento, y nunca conseguirías nada”.La Dama de Hierro se ganó el apelativo por su firmeza. Thatcher no estaba dispuesta a ceder. Las críticas no le importaban mientras no se interpusieran en sus objetivos y nunca se preocupó por si gustaba o no a los demás. Para Tatcher, preocuparse por gustar a la gente era una debilidad, porque podía forzarla a ceder y llegar a compromisos con otros, algo que no era de su estilo.

Thatcher fue la primera mujer en ocupar el cargo de Primera ministra Británica y por ese motivo muchos la consideran un icono del feminismo. Pero además de ser una pionera para las mujeres en política, en sus declaraciones frecuentemente defendía las cualidades femeninas en la política. En una profesión en la que los hombres dominaban totalmente y la política se dedicaba más a las declaraciones de intenciones que a los hechos, Tatcher defendía que más mujeres eran capaces de tomar las riendas.“Cualquier mujer que entienda los problemas de gestionar un hogar estará más cerca de entender los problemas de gestionar un país”Thatcher será recordada por apoyar abiertamente el feminismo y defender las capacidades de las mujeres en política. Aún así, nunca incorporó a ninguna mujer a su gabinete.

Quizá hay una explicación simple al origen de la genialidad del discurso de Thatcher: le encantaba discutir. Reconoció en repetidas ocasiones su pasión por los debates, aunque valoraba tener un interlocutor tan directo como ella misma. Para Margaret Thatcher, la opinión ajena terminaba exactamente en la punta de su nariz. Es decir, lo que la gente pensase de ella no tenía la mínima consideración. "Si te propusieras gustar a los demás, estarías preparado para ceder", decía. Con este argumento gobernó sin aflojar su mano férrea desde 1979 a 1990.

Thatcher según Henry Kissinger

Esto último lo expone Henry Kissinger, ex secretario de Estado de EEUU y asesor de seguridad nacional de Richard Nixon, además de su mano derecha y el único personaje vivo de su gabinete. A sus 99 años ha publicado su decimonoveno libro, 'Leadership. Six studies in World Strategy', con un retrato de las figuras decisivas que cambiaron el rumbo del planeta tras lo que él denomina Segunda Guerra de los 30 Años (1914-1945). Incluye a Thatcher en ese podio de "políticos audaces", en el que destacan, entre otros, Charles de Gaulle o el propio Nixon. Son líderes a los que conoció personalmente, todos de origen humilde y un marcado gusto por la soledad.

La intención de Kissinger es que su publicación sirva de manual para el presente y el futuro. Dice que echa en falta un liderazgo político trascendente, de mandatarios a la altura de los desafíos actuales, que se crezcan ante la adversidad y superen la presión, y capaces de llevar a la gente consigo. Son rasgos que no observa en ninguno de los líderes de hoy y, según expresa, le provoca un "profundo dolor".

Kissinger se refiere a ella como su "amiga querida" y cree que, por su impacto moral y psicológico, significó un soplo de aire fresco necesario en uno de los momentos políticos y sociales de mayor convulsión. El autor nunca ocultó su admiración, a pesar de ser testigo de situaciones embarazosas, como aquella reunión con el entonces presidente del Congo que la primera ministra británica inició con la frase "Odio a los comunistas".

Orígenes y Estilo Personal

Thatcher tenía por costumbre no escuchar ni leer lo que se hablaba o escribía de ella. Tenía claro que despertaba tanto entusiasmo como desconcierto y tanto afecto como animadversión. Hija de un comerciante modesto y sin el destello aristocrático de otros líderes conservadores, se impuso en un contexto dominado por hombres y de absoluta confusión política, económica y social. Aprendió a modular su voz y a manejar la retórica como pocos líderes, lo que reforzaba su estilo directo en el debate y su peso como contrincante.

Tenía muy claras sus ideas de gobierno -muchas de ellas impopulares- y las aplicó de manera implacable, enfrentándose a políticos, sindicatos, trabajadores e incluso a sus propios ministros. "Me da igual cuánto hablen, mientras hagan lo que yo diga", declaró. Ella misma reconocía que no era una política de consenso, sino "de convicción". Precisamente esa elevada tolerancia al desengaño le permitió mantener un estilo de liderazgo autocrático que hoy suscitaría, sin duda, rechazo.

Thatcher y el Feminismo

Tampoco resulta convincente, varias décadas después, su figura como icono feminista más allá de su importancia como primera mujer en el cargo de primera ministra británica. Elogiaba la utilidad de algunas cualidades femeninas en la política y comparaba la gestión de la mujer del hogar con el gobierno de un país. "En política -decía- si quieren que se diga algo, pídanselo a un hombre. Si quieren que se haga algo, pídanselo a una mujer". ¿Por qué entonces nunca incorporó a ninguna mujer a su gabinete?

Conclusión

Lo que Kissinger resalta en su libro es su capacidad de gobierno sin moderación en cuanto a metas, exigencias y entusiasmo. Fue uno de los puntales en esa transformación que vivió el mapa político internacional en la segunda mitad del siglo XX, con la mutilación del régimen comunista en Europa y la caída del muro de Berlín como símbolos de esa metamorfosis. Thatcher representaba esa fuerza occidental oportuna y capaz de gobernar sin doblegarse.

El Vestuario de Margaret Thatcher

En un mundo en el que solo los hombres llegaban al poder, la británica supo entender la importancia de la vestimenta y jamás descuidó su imagen. «Visto de domingo siete días a la semana», aseguraba. Su estilo podría definirse como práctico y muy femenino, que no «sexy», habitualmente inspirado en otra de las grandes mujeres de la época: la reina Isabel II. Los tonos pastel y las joyas pequeñas completaban un estilo en el que el denominado «casco» -su peinado- era el protagonista absoluto. A día de hoy todavía se percibe su influencia en la manera de vestir de las directivas e incluso en las políticas que desfilan cada semana por el Congreso.

Los trajes de dos piezas -chaqueta y falda- fueron su seña de identidad; odiaba los pantalones. Entre sus marcas de cabecera estaban Aquascutum y Jean Muir, y aunque este tipo de look lo llevó hasta la saciedad en cualquier color, su fetiche era el azul. Un color que aportaba ese toque elegante y serio, con el que proyectaba seguridad y que, por supuesto, hacía juego con sus ojos.

Solía combinarlos con blusas de seda, con flores o estampados y, casi siempre, con lazos en el cuello. Todo perfectamente estudiado para que además se viera el collar de dos vueltas de perlas, regalo de su marido tras nacer sus hijos. Era su joya más preciada. En cuanto al resto de complementos, Thatcher usaba guantes, que aportaban un aire sofisticado a su estilo, y los complementaba con bolsos de asa corta y unos cómodos «stilettos» de no más de tres centímetros. En el pelo, la consigna era clara: corto y bien ahuecado.

El Ideario Político-Económico de Thatcher

Margaret Thatcher llega al poder en mayo de 1979 con un credo político nuevo y que había ido exponiendo durante sus años como líder de la oposición (1975-1979) al gobierno laborista del binomio arriba citado. De lo que se trataba, en definitiva, era de instaurar el sentido común. "yo quiero sacar a la gente de este país de las arenas movedizas del socialismo. Yo no quiero una sociedad socialista tan rápido o tan lento como se pueda. Y yo no creo que los laboristas quieran una sociedad socialista en absoluto.

El ideario político-económico (difundido a través de centros de investigación como el Centre for Policy Studies[5]) adoptado la "Dama de Hierro" no sólo cambió a su país y a su partido, sino también a su rival, el Labour Party, que bajo la dirección de Tony Blair (1994-2007) aceptó los postulados político-económicos que habían estado vigentes en Reino Unido durante los ochenta y noventa. Éste fue, sin duda alguna, factor clave para ganar tres elecciones de forma consecutiva (1997, 2001 y 2005). De hecho, cuando tuvo lugar la primera de sus victorias, analistas políticos como Álvaro Vargas Llosa o Andrés Oppenheimer, sostuvieron la tesis de que la gran vencedora de esos comicios había sido Thatcher.

Thatcher y la Libertad

La gran novedad de Margaret Thatcher es que tuvo el valor para retomar ideas que habían sido olvidadas por su partido provocando asimismo la transformación de éste. Por encima de todas ellas sobresale su idea de libertad del individuo y para el individuo, con un gobierno cuyo tamaño era obligatorio reducir. Este concepto será innegociable y estará indisolublemente unido al de responsabilidad (del individuo) y de seguridad (sin ésta no es posible la libertad y es el Estado quien debe garantizarla).

Thatcher fue una stateswoman de ideas y de férreos principios, incluso cuando el contexto era especialmente adverso, como en 1981, momento en el que lanzó su frase lapidaria the Lady is not turning back. Encabeza la corriente modernizadora (con Keith Joseph, Nicholas Ridley) vinculada a ideas "nuevas": el valor y la importancia del libre mercado; importancia de la elección individual y de la responsabilidad; los conceptos de obligación, familia, independencia nacional, individualismo y libertad. Gobierno limitado, cuya función era la de servir, nunca ser amo. En su cruzada a favor de la libertad, no sólo renunció al pragmatismo y al relativismo sino que se opuso drásticamente a los mismos como forma de hacer política.

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