El papel desempeñado por Frédéric Bastiat en la historia de las doctrinas económicas presenta muchas peculiaridades interesantes. Bastiat no fue nunca un profesor universitario; pero tampoco fue un empresario o comerciante relevante, el otro grupo importante del que solían formar parte quienes se ocupaban de los problemas económicos en el siglo XIX.
No tuvo responsabilidades de gobierno y su papel en la vida parlamentaria fue limitado. Fue, eso sí, un escritor de prestigio y un periodista muy conocido; pero sólo durante algunos años. Si pensamos que su primer artículo en el Journal des Economistes se publicó el año 1844 y que Bastiat murió el año 1850, a edad bastante temprana, nos encontramos con el hecho de que su vida pública duró apenas seis años.
Sin embargo, su influencia en la política económica de Francia, y en la de otros países, como España, fue grande. Este es el Bastiat más conocido. Es ese gran periodista económico del que hablaba Schumpeter en su Historia del análisis económico, el hombre que, sin hacer grandes aportaciones al campo de la teoría, habría sido capaz de lanzar un movimiento a favor de una política económica concreta.
Pero, si leemos su obra a la luz de la economía actual, encontraremos que en los escritos de Bastiat hay mucho más que la defensa del librecambio. Sus libros y artículos reflejan también una visión sorprendentemente moderna del papel que la ley y el Estado desempeñan en la vida económica.
Primeros Años y Formación
Nació Bastiat el año 1801 en la Bayona francesa, muy cerca, por tanto, de la frontera de España y del Bidasoa, que a menudo citaba como ejemplo de un río que, en vez de promover el comercio, lo destruía, por el simple hecho de ser frontera entre dos naciones. Su padre era un comerciante acomodado en Bayona, ciudad en la que se había establecido en 1780. La familia Bastiat provenía de la región de las Landas, donde habían sido pequeños propietarios.
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Pero venían dedicándose desde hacía algún tiempo al comercio. La Revolución les permitiría dar un paso importante en su ascenso social, ya que compraron al Estado tierras expropiadas a exiliados. Tanto el padre como la madre murieron muy jóvenes, dejando a Frédéric huérfano con sólo nueve años de edad. Se trasladó éste entonces a Mugron a vivir con su abuelo paterno y pronto empezó también a experimentar los problemas de salud que lo acompañarían a lo largo de toda su vida.
En 1814 ingresó en la escuela de Sorèze, una de las más prestigiosas de la Francia de la época, donde parece que recibió una excelente formación tanto en ciencias como en humanidades. Permaneció allí hasta 1818, año en el que, sin haber terminado sus estudios de bachillerato, regresó a Bayona para trabajar en la empresa comercial que allí tenía uno de sus tíos.
Su actividad comercial le permitía, sin embargo, dedicar bastante tiempo a la lectura; y fue en la primera mitad de la década de 1820 cuando estudió las obras de Adam Smith, J.B. Say y Destutt de Tracy, que le harían más tarde abandonar el mundo de los negocios para entrar en la vida periodística y política. Tras el fallecimiento de su abuelo, volvió a Mugron, como heredero de las tierras de Sengrisse, donde establecería su residencia principal hasta el final de sus días.
Allí llevó una vida tranquila, durante bastantes años, que incluyó el desempeño de algunos cargos menores, como el de juez de paz y miembro del Consejo General del Departamento, así como un frustrado intento de explotar él mismo sus tierras. Con tiempo suficiente para continuar sus estudios, sabemos que la lectura que más le influyó en aquellos años fue el Tratado de legislación de Charles Comte, obra que inspiraría muchas de sus propias ideas.
Tanto el autor como los cuatro volúmenes que forman el libro están hoy muy olvidados. Pero en su día Charles Comte fue una figura importante en el mundo de la cultura y el pensamiento económico francés. De la importancia que a mediados del siglo XIX se le atribuía es indicativo, por ejemplo, el largo artículo que le dedicó el Dictionnaire de L’Economie Politique de Coquelin y Guillaumin.
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Comprometido siempre con las ideas liberales, Comte tuvo no pocos problemas políticos, que llegaron a obligarle a pasar periodos de exilio en Suiza y Francia. Su Tratado de legislación tenía como objetivo el estudio de las leyes que rigen el desarrollo de las sociedades, aplicando a las ciencias sociales la misma metodología empírica utilizada por las ciencias de la naturaleza. Crítico de cualquier idea o hipótesis preconcebida, pensaba que sólo una observación detenida del hombre y la sociedad nos permitiría comprender el comportamiento humano y los sistemas sociales.
Ascenso al Periodismo Económico
Un cambio fundamental tuvo lugar en la vida de Bastiat el año 1844, cuando escribió su primer artículo en el Journal des Economistes, con el expresivo título «La influencia de los aranceles franceses e ingleses en el porvenir de ambos pueblos». El Journal des Economistes, fundado por Guillaumin, publicó su primer número el día 15 de diciembre de 1841.
El Journal era una revista de economía, que aparecía, al principio, con una periodicidad mensual y que tenía un contenido muy amplio, que iba desde la publicación de artículos doctrinales a la de todo tipo de documentos estadísticos o legales con relevancia económica, sin olvidar la inclusión de cartas, reseñas bibliográficas, etc. Su orientación era claramente « economista» en el sentido en que en aquella época se daba a este término, es decir, defensora de la libertad económica y el comercio internacional libre.
En los años en los que Bastiat colaboró en esta revista, desde 1844 hasta su fallecimiento, los redactores jefe fueron, primero H. Dussard y, desde 1845, Joseph Garnier. Fue este último quien tuvo que resolver los problemas que a la orientación del periódico planteó el cambio de régimen, tras la revolución de 1848.
Y lo hizo afirmando la continuidad de su línea doctrinal y de los principios económicos, en general, cualquiera que fuera el sistema político: «La proclamación de la República en nada ha cambiado las convicciones económicas de nuestros colaboradores: desde antes habíamos declarado la guerra a la ignorancia, a los monopolios, a la reglamentación, a la protección aduanera, a la centralización exagerada, a la burocracia... En la república como en la monarquía... Este artículo de 1844 fue el primero de una larga serie de trabajos que convertirían a Bastiat no sólo en un escritor conocido, sino también en una referencia obligada en el debate sobre el librecambio.
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Con un buen dominio de los recursos de la lengua y una gran facilidad para explicar de forma sencilla los principios básicos de la economía, supo crear un tipo de artículo breve que se hizo pronto muy popular en Francia. El año 1846 dio Bastiat un paso más en su lucha por el comercio libre, al intervenir directamente en la fundación de las sociedades librecambistas de Burdeos y París.
En realidad, no era su primer intento en la creación de una organización que agrupara a comerciantes y empresarios que se consideraban perjudicados por la política estatal. Unos años antes, en 1840, ya había intentado fundar una asociación vinícola nacional, cuyo objetivo era luchar contra la elevada fiscalidad que soportaba el vino en aquellos años. Dos años más tarde intervino activamente también en el gran cambio político que experimentó el país como consecuencia del proceso revolucionario que derrocó la monarquía de Luis Felipe.
Miembro, primero, de la Asamblea Constituyente, y después de la Asamblea Legislativa, desempeñó un papel intenso, aunque breve, en las numerosas discusiones parlamentarias que tuvieron lugar en torno al papel del Estado en la economía y al debate sobre ese conjunto de ideas vagamente definido que empezaba entonces a denominarse socialismo. En septiembre de 1850, siguiendo el consejo de los médicos, viajó a Italia para intentar mejorar su salud en un clima más benigno.
Contexto Económico y Legado
Para analizar la obra escrita y la actividad política de Bastiat resulta imprescindible situarlas en el marco de la economía francesa de su época. Bastiat vivió, sin duda, uno de los periodos más convulsos de la historia de Francia, en el que la República nacida de la Revolución fue sustituida por el Imperio napoleónico, que dio paso a una nueva monarquía absoluta, sustituida, a su vez, por una monarquía burguesa, que caería para dar paso a una nueva república, que no sería, en realidad, sino el prólogo del Segundo Imperio.
Pero nos engañaríamos si pensáramos que estos cambios políticos provocaron grandes perturbaciones en el mundo de la economía. La mayor parte de los historiadores de la economía se resisten hoy a aplicar a Francia el término revolución industrial. No se trata sólo de que en este periodo el sector industrial francés se rezagara sustancialmente con respecto al británico. Si queremos entender cómo era la vida económica de Francia en época de Bastiat no deberíamos olvidar que el economista fue coetáneo de Honoré de Balzac.
El gran novelista nació en 1799 y murió el año 1850, por lo que su vida no sólo transcurrió casi exactamente en los mismos años que la de Bastiat, sino que, además, tuvo aproximadamente la misma duración, cuarenta y nueve años la del economista, y cincuenta y uno la del novelista. Es cierto que la inmensa obra de Balzac sitúa a sus numerosos personajes en un periodo muy extenso que -con algunas excepciones poco relevantes- comprende desde los años de la Revolución hasta la segunda mitad de la década de 1840.
Se trataba de una economía en la que las empresas industriales eran, en la gran mayoría de los casos, empresas familiares, que rara vez acudían al mercado de capitales para su financiación. El sector financiero, por su parte, tenía un bajo nivel de desarrollo y los instrumentos que se utilizaban en las operaciones mercantiles eran muy limitados, siendo el descuento de papel comercial la fórmula más habitual.
Sería una simplificación, por tanto, explicar el debate sobre el librecambio en Francia en términos de una lucha de intereses entre un sector industrial relativamente pequeño y atrasado que buscaba la protección y una agricultura abierta al exterior interesada en una apertura comercial. Por el contrario, aunque hubiera subsectores con una clara vocación exportadora, buena parte de la extensa población rural francesa vivía en un mundo estable y protegido.
Tras las distorsiones sociales creadas por la Revolución, primero, y las guerras napoleónicas después, la Restauración buscó un desarrollo económico orientado hacia el, que duraría prácticamente hasta el Segundo Imperio, con los efectos habituales de falta de estímulos para los productores locales y, por tanto, tasas más bajas de crecimiento que las que se habrían alcanzado en una economía más abierta a la competencia exterior.
El Legado de Bastiat en el Siglo XXI
¿Qué queda de la obra de Bastiat en los primeros años del siglo XXI, cuando ya han transcurrido más de ciento cincuenta años desde que fue publicada? Es frecuente entre los economistas, lo mismo que entre muchas otras personas que realizan actividades intelectuales, que los que ellos consideran sus trabajos más importantes pasen a ser tenidos, con el tiempo, por aportaciones poco relevantes, mientras son otros estudios los que garantizan la persistencia de su obra. También fue éste el caso de Bastiat.
En sus últimos años nuestro autor realizó un esfuerzo intelectual importante para escribir lo que él consideraba que sería su obra maestra, Armonías económicas. Con este libro pretendía demostrar que todos los intereses legítimos son armónicos y que la solución del problema social no consiste en violentar dichos intereses, sino en dejarlos actuar en régimen de libertad.
De Bastiat han quedado, sin duda, sus escritos sobre el librecambio. Pero hoy resultan también interesantes otros aspectos de su obra que, durante mucho tiempo, estuvieron olvidados. Nuestro economista fue, por ejemplo, un antikeynesiano avant la lettre. La idea de que para una economía puede resultar positiva la realización de un gasto para incrementar la demanda, al margen de que tal gasto sea o no productivo, le pareció siempre un completo disparate y en sus artículos abundan las referencias a esta cuestión.
Uno de los Sofismas que se recogen en estas Obras Escogidas, «Cuento chino», se basa precisamente en los supuestos efectos favorables a la economía nacional que podría tener cegar un canal ya en funcionamiento y construir en cambio una carretera. Esta idea, que entronca directamente con el debate sobre la ley de Say y la necesidad o no de incrementar el gasto para evitar excesos generalizados de oferta, la relacionó Bastiat siempre con el problema del arancel.
Otro elemento interesante de su obra, desde el punto de vista de la historia de las doctrinas económicas, es su aceptación de una teoría subjetiva del valor y su idea de que lo fundamental en la vida económica es el intercambio de servicios. Para Bastiat no existe tal cosa como los servicios improductivos. Por el contrario, todo servicio demandado por el mercado es productivo, porque el objetivo de todo esfuerzo económico es el consumo, no la producción de bienes materiales.
Pero no cabe duda de que uno de los aspectos más atractivos de la obra de Bastiat para un lector del siglo XXI son sus anticipaciones de la moderna teoría de la elección pública y de los modelos de búsqueda de rentas mediante la creación de grupos de interés. La ley, por su parte, estaba dejando de ser, en su opinión, ese concepto negativo que garantiza los derechos individuales para convertirse en un instrumento que permitía a los gobiernos desempeñar un papel cada vez más importante en la vida económica.
Bastiat y el Librecambio en Francia
La posición crítica de Bastiat y la de cuantos lucharon en Francia por el librecambio hay que entenderla en el marco de una economía que iba quedando rezagada frente a la británica, en unos momentos, además, en los que Inglaterra estaba a punto de dar un paso fundamental hacia el comercio libre con la supresión de la protección a su producción de cereales, que tendría lugar con la reforma del año 1846, que suprimió las leyes de cereales (Corn Laws).
El objetivo de estas leyes era mantener elevados los precios internos de los cereales en Gran Bretaña, prohibiendo o dificultando su importación mediante aranceles o favoreciendo su exportación con subvenciones. Todo el mundo era consciente de los efectos distributivos de estas medidas proteccionistas de la agricultura. Por una parte, elevaba las rentas de los propietarios de tierras, los más importantes de los cuales pertenecían a la gran aristocracia o a la pequeña hidalguía rural, grupos muy alejados, por tanto, del nuevo mundo industrial que estaba cobrando protagonismo en el país.
Pero sus consecuencias no terminaban aquí. Al mantener los precios de bienes de primera necesidad elevados, obligaban a mantener los salarios monetarios a un nivel más alto del que habrían alcanzado si los alimentos hubieran resultado más baratos, lo que perjudicaba la competitividad de la industria británica.
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