Desde algún tiempo he querido traer a estas Páginas Verdes a un polifacético agricultor y amigo enamorado de la agricultura, aunque su vida profesional se movió en los alrededores de la banca, habiendo llegado a pertenecer al consejo directivo de la entidad a la que consagró su vida y actuando en sus últimos años como secretario de esta hasta que fue jubilado.
En sus años jóvenes se dedicó a la política como alcalde de Jete y ya experto, ocupó la alcaldía del gran pueblo cercano de Almuñecar. El personaje fue también secretario de la Hermandad de Labradores y actuó como primer secretario de la Cámara Agraria de Almuñecar.
Como no podía ser de otro modo, en sus ratos de ocio cuando los tenía, se ocupaba de dirigir sus fincas de Jete y Almuñecar que, poco a poco las fue convirtiendo en el museo tropical que ahora deseo presentar.
El pueblo de Almuñécar se convirtió en la Meca de los aficionados a la agricultura tropical aprovechando el privilegiado clima subtropical que aquel enclave ofrecía. Pero, sobre todo, por la fama que el pueblo había adquirido al tener con el aguacate la primera finca industrial de Andalucía dedicada a la “palta” (así llamaba al fruto el propietario del Rancho California donde se producía).
A partir de entonces y comprobado que el fruto se daba bien por la zona, salieron espontáneos del término municipal, para buscar la manera de conseguir alguna planta y probar en las fincas familiares que mucho abundaban por el pueblo; dichos campos estaban dedicadas a la caña de azúcar en su mayoría y otra parte menos importante de agricultores más avanzados, se dedicaba al cultivo de las deliciosas chirimoyas nativas de Jete con escaso número de semilla por cierto, y allí nacientes muchos años antes.
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Tal vez el lector haya adivinado quién es el protagonista que trato en esta historia, pero seguiré manteniendo la confidencia hasta el final, aunque los habitantes almuñequeros tienen datos más que suficientes con lo que he anticipado para saber de quién se trata.
Este peculiar cultivador no perdía el tiempo, y en sus viajes a Europa regresaba cargado de huesos de cuantos frutos raros encontraba en los mercados para plantar en sus fincas. Su generosidad no tenía límites y solía compartir esas semillas desconocidas con otros colegas para comprobar quién tenía suerte y acertaba con el fruto. Así es como “el cohete” -que así le llamaban por su dinamismo- inició lo que ahora yo he bautizado como su museo tropical.
Y es que, en sus plantaciones dispone de muestras de los siguientes frutos: chirimoyas, aguacates, mangos, papayas, filodendro, tomate de árbol, calabazas orientales, babaco, badea, granadilla, guayaba, litchis, lúcumo, plátanos, pitanga y otros muchos más conocidos.
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