Julio César: Liderazgo Militar y Político

Julio César fue uno de los políticos y militares más importantes de la antigua Roma. Su ascenso al poder marca la transición entre la república y el imperio Romano, ya que aunque nunca se proclamó emperador, puso las bases del poder casi absoluto del que dispondrían estos.

Si hay un líder militar por antonomasia en la historia, ése es Julio César. Más allá de su indiscutible capacidad estratégica, el general romano destacó por sus lecciones de liderazgo personal sobre su ejército, al que supo transmitir su visión y sabiduría. Sus tropas devolvieron a César la confianza que necesitaba para sus múltiples victorias.

El Ascenso al Poder y la Ambición

Para interpretar la ambición de César nos encontramos con dos posibilidades contrapuestas: o bien optamos por considerarle un hombre con una gran visión histórica que, comprendiendo los problemas de la República romana de su tiempo, creyó que Roma debía evolucionar hacia otra forma de gobierno, o bien pensamos que fue un aristócrata ansioso de poder que estaba dispuesto a jugar bien sus cartas y llegar hasta la cima a cualquier precio.

En todo caso, el camino hacia las más altas magistraturas recorrido por Julio César combina sus cualidades personales con la situación concreta de una República romana en la que estaba a punto de romperse, de modo definitivo, el equilibrio entre las familias aristocráticas que ostentaban el poder.

Otros, en cambio, según el historiador Suetonio, pensaban que César ya poseía una insaciable ambición y un gran deseo de hacerse con el poder absoluto desde su más temprana juventud.

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Formación y Primeros Años

Como miembro de la familia Julia, Julio César se vanagloriaba de descender de Iulo, hijo de Eneas, a su vez hijo de la mismísima diosa Venus. Un origen extraordinario para una familia que, sin embargo, no había dado en las últimas generaciones grandes hombres a Roma.

Con estos antecedentes es lógico pensar que César tuviera un alto concepto de sí mismo y un gran deseo de alcanzar el consulado, la máxima magistratura de Roma y aspiración natural de cualquier joven aristócrata.

En su educación escolar y en la formación práctica en el Foro, el joven patricio comenzó a conocer la historia de los grandes hombres que habían contribuido al prestigio de Roma y se habían convertido en modelos de conducta. Pero la persona más cercana a César en sus primeros años y que marcó más profundamente su vida fue su tío Cayo Mario, el gran adalid de la facción popular.

De Mario aprendió que el apoyo del pueblo constituía una baza política fundamental, como también el contar con un ejército que, tras haber realizado exitosas campañas militares, fuera más fiel a su general que al Estado.

En el año 82 a.C., Lucio Cornelio Sila consiguió derrotar definitivamente a Cayo Mario y sus partidarios, y consolidó su dictadura con el apoyo de los optimates, las familias tradicionales que controlaban el Senado. César, que contaba entonces 18 años, fue uno de los pocos que se atrevió a hacer frente a una orden del dictador.

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Cuando Sila le ordenó repudiar a su esposa Cornelia, con cuya familia estaba enfrentado, César se negó, por lo que fue perseguido y hubo de ocultarse. Sin embargo, aunque obtuvo el perdón gracias a la intercesión de algunos allegados de Sila, éste les dijo que César algún día traería la ruina al partido de los optimates, porque en aquel joven «había muchos Marios».

Tras la muerte de Sila, en 78 a.C., regresó a Roma. Allí rehusó unirse a Marco Lépido en una conjura contra el régimen de Sila que al final fracasó. Prefirió atacar a los seguidores de Sila llevándolos a los tribunales, y así, de paso, adquirir fama y prestigio como abogado y orador. Al no tener éxito decidió que lo más prudente era salir de nuevo de escena.

Decidió viajar a Rodas para continuar con su formación oratoria, pero durante la travesía su barco fue apresado por los piratas. Según cuenta Plutarco, éstos pidieron un rescate de veinte talentos, pero César, riéndose porque no sabían a quién habían apresado, les prometió que les daría cincuenta. César pagó el rescate y, tras su liberación, de forma privada persiguió a los piratas y los ajustició.

La Carrera de los Honores

De nuevo en Roma fue elegido tribuno militar y se lanzó a ganarse el favor popular que creía imprescindible para su ascenso al poder. César pronunció dos elogios fúnebres de gran impacto para el pueblo. En el elogio fúnebre de su tía Julia, esposa de Cayo Mario, mostró los bustos funerarios de Mario y la plebe aplaudió esa iniciativa.

Por otro lado, y en contra de la costumbre que sólo permitía elogiar a mujeres ancianas, pronunció un discurso fúnebre en alabanza de su joven esposa Cornelia, recién fallecida; fue el primero en hacerlo, y se ganó con ello una fama de hombre piadoso y tierno. Un significativo ejemplo de que César no dudaba en transgredir lo establecido si esto era beneficioso para sus planes.

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Poco después, en 70 a.C., fue elegido cuestor (un cargo de tipo financiero) y destinado a Hispania, donde siguió reuniendo apoyos políticos. César obtuvo el gobierno de la Hispania Ulterior en el año 61 a.C. Durante su mandato realizó una serie de campañas en Lusitania con las que recaudó un generoso botín.

El siguiente paso en la carrera política romana era ser escogido edil. En cumplimiento de este cargo hizo adornar la ciudad con obras de arte y, sobre todo, dio un espléndido espectáculo de gladiadores en honor de su propio padre, muerto hacía mucho tiempo, en el que combatieron 320 parejas. Además, restauró los trofeos militares de las victorias de Mario contra los cimbrios y teutones, trofeos que habían sido destruidos en época de Sila.

Todas estas medidas aumentaron su popularidad y lo enfrentaron sin remedio a los optimates. En el año 63 a.C. fue elegido pretor (el segundo cargo más elevado de la República, encargado de la administración de justicia), pero cuando aún no había tomado posesión se desencadenó la conjuración de Catilina. Es probable que César estuviera al corriente, pero no se implicó en ella; tampoco esta vez estaba seguro de que ésa fuera la forma que más le convenía para llegar a lo más alto.

Tras desempeñar la pretura, le correspondió el gobierno de la Hispania Ulterior. El coste de las elecciones a distintos cargos le había provocado acuciantes problemas financieros, y para aliviarlos y poder partir a Hispania César tuvo que pedir ayuda a Craso, el hombre más rico de Roma.

De nuevo, la estancia en Hispania le sirvió para recuperarse económicamente: mendigó fondos de los aliados para pagar sus propias deudas y también saqueó diversas ciudades en Lusitania pese a que no desobedecieron en ningún momento sus órdenes e incluso le habían abierto las puertas a su llegada.

Un Poder en las Sombras

Sus victorias en Hispania le daban derecho a celebrar un triunfo, la procesión solemne de entrada en Roma junto al botín y los prisioneros de guerra. Sin embargo, tal celebración le impediría presentarse al consulado. Estaba establecido, en efecto, que el general del ejército victorioso debía permanecer fuera de la ciudad durante el tiempo en que se llevaban a cabo los preparativos del triunfo, mientras que para todo candidato a cónsul era requisito indispensable hallarse dentro de los muros de Roma.

César decidió renunciar al triunfo para poder aspirar al consulado, un ejemplo de cómo su visión iba más allá de la gloria inmediata que podría reportarle un triunfo.

Pese a ello, a César no le gustó en absoluto tener que elegir entre ambas cosas ni verse agraviado por los optimates. Astutamente se alió con las dos personas más importantes de Roma, Pompeyo y Craso, que también se sentían descontentos con el trato recibido.

Pompeyo era un hombre de elevado prestigio militar y con una poderosa clientela que amenazaba con hacerse con un poder personal demasiado grande; ahora reclamaba, frente a la oposición del Senado, que se confirmasen los acuerdos y pactos con las nuevas provincias de Oriente que él había anexionado a Roma y que se concedieran tierras a los veteranos de sus legiones.

Craso, por su parte, pensando siempre en incrementar su fortuna, deseaba que se redujeran las cantidades que las compañías privadas que recaudaban los impuestos en Asia debían pagar al tesoro de Roma. En cuanto a César, esperaba de sus nuevos aliados que le allanaran el camino al consulado y que, además, le garantizasen a su término un cargo con posibilidad de campañas militares.

Craso y Pompeyo no mantenían una buena relación, pero César consiguió que se reconciliasen. Los tres constituyeron un triunvirato con el objetivo de impedir que en la República se hiciese nada en contra de sus intereses. Siendo el que teóricamente aportaba menos a la coalición, César fue a la larga el más beneficiado.

Marco Varrón escribió una sátira contra esta alianza, que dinamitaba las leyes de la República, denominándola «monstruo de tres cabezas»; ciertamente así debía parecérselo a cualquiera de los optimates que velaban por el equilibrio de poder entre las familias poderosas.

El Camino Hacia la Dictadura

Una vez en el cargo, César hizo que se redactaran a diario las actas del Senado y que se hicieran públicas, para dejar en evidencia a los senadores ante el pueblo. El Senado, en efecto, se oponía a la aprobación de la ley agraria, que distribuía tierras a los veteranos de Pompeyo y otros colonos, por lo que César la presentó al pueblo para que la aprobara.

Bíbulo, su colega en el consulado y partidario de los optimates, intentó impedirlo, pero fue expulsado del Foro por los partidarios de César; cuando protestó en el Senado por semejante atropello, nadie se atrevió a apoyarlo y tuvo que encerrarse en su casa.

Mediante estos métodos de coacción, el poder quedó enteramente en manos de César; se decía en broma que algo se había hecho «en el consulado de Julio y César», en lugar de la fórmula oficial, «de César y Bíbulo».

Durante su consulado, César preparó su futuro haciéndose conceder el gobierno de las provincias de la Galia Cisalpina e Iliria, así como de la Galia Transalpina, por un período de cinco años. Con ello evitaba convertirse en un ciudadano normal y, en consecuencia, una presa fácil para las acusaciones de sus enemigos.

Tal era entonces la popularidad del cónsul que el Senado no dudó en concederle lo que solicitaba; si éste se lo negaba se lo pediría al pueblo y lo obtendría de igual modo.

En las Galias, César adquirió riqueza, prestigio militar y un ejército fiel, factores que serían fundamentales en el futuro para consolidar su poder y mantener viva su ambición. En 56 a.C. se renovó el pacto de los triunviros y César logró que su mandato en la Galia se prorrogara por otros cinco años. Tuvo una notable capacidad para inspirar confianza y lealtad.

En el imaginario popular, al pensar en las grandezas imperiales de Roma, se tiende a pensar más en Julio César (que no pertenece a la fase imperial del Estado romano) que en su heredero adoptivo, Augusto, que sí instauró un nuevo régimen político, el del Principado, habitualmente denominado Imperio.

Esta confusión se debe a dos razones: por un lado, el ascenso político de César -quien acumuló un poder político, militar y religioso sin precedentes- marcó un hito en la historia de Roma durante el último siglo de la República. Por otro, el gran biógrafo de los primeros emperadores, Cayo Suetonio Tranquilo, un historiador vinculado a la clase senatorial romana y que escribió en época de Trajano, comienza su relación de los doce emperadores con Julio César confiriéndole, por tanto, un rango político que éste jamás detentó.

Lo que sabemos de su biografía -también por su esfuerzo de legar un relato de su persona a sus contemporáneos y a la posteridad a través de los Comentarii- nos lo presenta como alguien con extraordinarias dotes para el mando militar, de preclara inteligencia política y de notable capacidad de inspirar confianza y lealtad, especialmente entre los soldados de la XIII Legión.

Pero, al margen de los datos que arroja esa fulgurante carrera política de César -que incluye el consulado en el 59 a.C. y varios cargos importantes, como la cuestura y el gobierno provincial en Hispania-, Suetonio realiza una enumeración de las virtudes de este político y militar romano que fueron las que le valieron para convertirse en un referente central en un momento en que la política romana se polarizaba entre los más tradicionales -denominados a sí mismos optimates- y aquéllos que solicitaban reformas acordes a la transformación propia de una administración que debía conciliar el gobierno de Roma con el de las provincias y a los que solía denominarse como populares.

Virtudes y Habilidades de Liderazgo

Las virtudes que destaca el historiador de Hipona resultan aún hoy inspiradoras como verdadera "escuela de liderazgo". Según Suetonio, César fundamentó sus éxitos militares no sólo en planes bien pensados, sino también en su habilidad para aprovechar oportunidades y dominar el efecto sorpresa, como demostró en batallas como Ilerda (49 a.C.), Farsalia (48 a.C.) y Zela (47 a.C.). Su capacidad de resistencia y sufrimiento era proverbial, y siempre lideraba desde el frente, incluso en combate.

Para este historiador romano, además, su prestigio y éxito social -propio de quien, procediendo del ámbito patricio y estando emparentado con él se presentó como el más popular de todos los romanos- se basó en cualidades que siempre se señalan como esenciales en todo líder: su elocuencia y su talento; su moderación y su clemencia, incluso "después de sus triunfos"; su leal y considerada relación con sus amigos y colaboradores, que Suetonio resume con las palabras "celo y fidelidad" y que, por supuesto, no iba reñida con un deseo de no trabar nunca hondas enemistades.

César exigía mucho, tanto de sus hombres como de sus aliados políticos, como Pompeyo y Craso, con quienes formó el primer triunvirato en el año 60 a.C. Su actitud combinaba la "autoridad" y la "indulgencia", lo que le permitió sofocar revueltas y conspiraciones, excepto la que finalmente le costó la vida en el 44 a.C., cuando fue apuñalado a los pies de la estatua de Pompeyo.

Pese a su contrastada capacidad de gestión y esa más que probada mentalidad estratégica -que tenía en la gestión del Estado, más que en su propia salud, su principal obsesión, como afirma Suetonio- la propuesta reformista de César fracasó y quedó truncada. También Suetonio da las razones que invitan a la reflexión.

Cayo Julio César, nacido (12 o 13 de julio de 100 a. C.) y asesinado en Roma (15 de marzo de 44 a. C.), fue también un hábil político que a punto estuvo de convertirse en el primer emperador de la República. El temor entre algunos senadores a que alcanzara el poder absoluto, dio pie a una conspiración que acabó con la muerte de Julio César a manos de Bruto y Casio. El testigo lo recibió su sobrino nieto Octavio, que con el tiempo se convertiría en el emperador Augusto.

Las brillantes campañas militares que llevó a cabo Julio César, la guerra civil que le enfrentó a Pompeyo o su romance con la reina egipcia Cleopatra fueron algunos de los episodios que alimentaron su leyenda, también abundante de aspectos controvertidos. Tras vencer a Pompeyo y poner fin a la guerra civil en Roma, Julio César fue honrado como salvador de la patria y recibió todo el poder del Estado.

Julio César venció en todas las elecciones a las que se presentó. «Era un político sorprendente que cumplía sus promesas electorales», explica Santiago Posteguillo. «Ganó sucesivas elecciones, llevaba a cabo lo prometido y, cuando volvía a concurrir, lo votaban de nuevo». Por ejemplo, ofreció una reforma agraria con ocasión de los comicios consulares del año 60 a.C. y, tras ser elegido, presentó la ley el 1 de enero del 59 a.C. «Hoy, los dirigentes no suelen llevar sus programas o sólo una parte, los retrasan al máximo o, incluso, hacen todo lo contrario», aduce el escritor y sugiere: «Que cada uno saque sus propias conclusiones».

Julio César fue honrado como salvador de la patria y recibió todo el poder del Estado. A los 56 años, César se había convertido en el rey sin corona de Roma.

Lecciones de Liderazgo de Julio César

  1. Conexión Personal: En Roma, contaban que César se sabía los nombres de todos los que luchaban con él. Ese vínculo personal era una baza para ganarse la confianza de su ejército.
  2. Comunicación Eficaz: Julio César, igual que muchos otros políticos y militares de la época romana, era también un gran orador. Solía aparecer impecablemente vestido en el Senado romano y se dirigía a sus soldados con vehementes discursos. Un buen líder se preocupa por aprender técnicas de comunicación que le ayuden a transmitir correctamente los mensajes y a implicar al equipo.
  3. Transparencia Informativa: Una del éxito de las legiones romanas era la información con la que contaban las tropas en el campo de batalla. Cada centurión tenía tantos datos sobre el plan de combate como el propio Julio César. En una oficina de hoy día, los centuriones representarían a los jefes de equipo o departamento.
  4. Herramientas Adecuadas: Los soldados romanos fueron entrenados para utilizar las gladius -unas pequeñas dagas punzantes- con las que conquistaron medio mundo. Lejos de la imagen poderosa de grandes espadas y jabalinas, las legiones eran especialistas en el uso de estas pequeñas armas, ligeras pero efectivas. Como César, las herramientas de las que dispones son aquellas que te servirán para alcanzar el éxito.
  5. Cercanía y Apoyo: César estaba siempre cerca de sus tropas. A pesar del peligro, el general romano quería comunicarse directamente con su ejército porque sabía que eso elevaba la moral de los soldados. Comía con ellos, dormía con ellos, sangraba con ellos. Estar cerca de sus hombres le permitía también identificar las debilidades y tomar decisiones rápidas para corregir errores. Como Julio César, el buen líder debe estar “al pie del cañón” para apoyar a los suyos y tomar decisiones con rapidez y conocimiento de causa.
  6. Comunicar los Logros: Julio César se aseguró de que todos conocieran sus victorias, muchas de las cuales relató por escrito y se convirtieron en obras clásicas. No hace falta que escribas un libro como César, pero es importante que aprendas a comunicar todo lo que vas consiguiendo para hacer partícipe al grupo de un proyecto común y reforzar tu liderazgo.
  7. Responsabilidad y Disciplina: En la época romana era común castigar a los desertores del ejército y no importaban si eran amigos o familiares. El mismo César se encargaba personalmente de esta difícil tarea, una de las más duras para un militar. Por supuesto, estamos ante un ejemplo un tanto extremo, pero del que podemos extraer que, como Julio César, un buen líder no debe sentarse a esperar que otros hagan las tareas difíciles por él, sino que se pone manos a la obra.
  8. Asumir Riesgos: Julio César asumió los riesgos propios de su liderazgo. Un líder debe ser valiente y arriesgarse. Si dejas de lado tus convicciones y tomas decisiones basadas en el miedo y la cobardía, contribuyes a construir tu liderazgo sobre una base defectuosa.

En resumen, Julio César fue un líder multifacético cuyas habilidades militares y políticas, combinadas con su visión y carisma, le permitieron alcanzar el poder y transformar la historia de Roma. Su legado continúa inspirando a líderes en todo el mundo.

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