El propósito de este trabajo es resaltar las virtudes de una cultura centrada en el aprendizaje, concebida como un proceso que da forma a significados a partir de lo desconocido, basado en lo que ya se conoce. El núcleo de una comunidad orientada al aprendizaje reside en un objetivo sumamente preciso: asegurar el aprendizaje, nutrir la capacidad de continuar aprendiendo y brindar apoyo mutuo para alcanzar este cometido (Rincón Gallardo, 2004). Creemos que las características fundamentales de esta cultura de aprendizaje ofrecen soluciones más amplias para abordar la problemática identificada en nuestro sistema educativo.
El Desafío Actual en el Sistema Educativo
En su trabajo, Fullan (2017) identifica tres causas fundamentales que subyacen a este desafío de gran envergadura. En primer lugar, señala la presencia de un enfoque escolar desfasado en términos de sus objetivos de aprendizaje y estrategias pedagógicas, lo que desencadena un entorno educativo monótono para los estudiantes y un creciente distanciamiento entre ellos y los educadores. Este distanciamiento, exacerbado por la actual separación física, intensifica aún más el aburrimiento de los estudiantes y su desconexión tanto de sus profesores como de la actividad académica.
Según Fullan, esta desventaja puede originarse en condiciones como la pobreza intergeneracional, el trauma de ser refugiado, la carencia de vivienda, la negligencia o la falta de estímulo. Estas desventajas no solo influyen en la adquisición de conocimientos y habilidades por parte del estudiante, sino que también amplían su impacto debido a la naturaleza multidimensional del individuo estudiantil. Cada estudiante se configura como un ser único compuesto por dimensiones físicas, intelectuales, emocionales y volitivas.
Esta complejidad se acentúa en el escenario global actual, donde las circunstancias han introducido un factor adicional que profundiza las brechas de aprendizaje y la desigualdad en todas las dimensiones del estudiantado. Este factor adicional radica en la imposibilidad de llevar a cabo la educación de manera presencial. En la mayoría de los casos, se ha recurrido a la educación en línea como alternativa, lo que significa que el proceso de aprendizaje ahora depende también de la capacidad de las familias, docentes y, en última instancia, de los estudiantes para acceder y utilizar de manera efectiva las herramientas tecnológicas. El propósito de este ensayo es exhibir la contribución que una cultura centrada en el aprendizaje puede aportar dentro de un análisis sistémico del sistema educativo y de los diversos actores que conforman la comunidad educativa. Esto engloba a las familias, sus rutinas y su capacidad para respaldar a los estudiantes con las herramientas tecnológicas necesarias para el aprendizaje.
En segundo lugar, Fullan resalta la atracción magnética que ejercen las innovaciones tecnológicas y el mundo digital en la actualidad. Estos elementos, omnipresentes y altamente accesibles fuera del ámbito escolar, no siempre resultan productivos para el proceso de aprendizaje (Fullan et al., 2017b). La situación actual, en la cual la interacción docente-alumno se ve limitada por el distanciamiento físico y las posibles dificultades en las plataformas virtuales, se suma al hecho de que los estudiantes están expuestos de manera constante a tecnologías de poco valor educativo y fácil acceso.
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Además, Fullan (2017) señala otro aspecto crucial en su investigación, basado en los hallazgos de John Hattie (2012): la identificación de prácticas pedagógicas altamente efectivas para el aprendizaje del estudiante. Sin embargo, estas prácticas excepcionales a menudo se mantienen como ejemplos aislados y no se implementan de manera generalizada en los sistemas educativos a los que pertenecen. En síntesis, el análisis de Fullan arroja luz sobre factores esenciales que sustentan la problemática en el sistema educativo.
La Cultura Centrada en el Aprendizaje como Solución
En respuesta a las afirmaciones expuestas, resulta esencial destacar la significativa contribución presentada por Fullan (2017) al enfatizar la necesidad de instaurar en cada sistema educativo una cultura centrada en el aprendizaje. Esta importancia se torna aún más patente cuando Fullan enfoca la solución con las siguientes palabras: "La clave es ser tanto aprendices como hacedores reflexivos, trabajando en mejora continua e innovación al mismo tiempo. Este enfoque cultural promueve la valoración de la mejora constante, la reflexión sobre los procesos y la cultura de evaluación de lo esencial, sin pretender medir todo, ya que las disparidades de aprendizaje son variadas.
La reciente introducción de los Estándares Estatales Básicos Comunes (CCSS) augura un cambio hacia un aprendizaje más auténtico, riguroso y con significado. En este contexto, la fuerza cultural de las expectativas docentes asume un papel fundamental. Ritchhart (2015) sostiene que es necesario cambiar nuestras expectativas, desplazando la atención desde el estudiante y su habilidad para completar tareas, hacia la observación de la eficacia de nuestras propias prácticas docentes en el proceso de aprendizaje del estudiante. Al adoptar esta perspectiva, el aprendizaje se convierte en un esfuerzo conjunto entre docente y estudiante, fomentando una mayor exigencia en nosotros mismos.
La comunicación de estas expectativas a los estudiantes los animará a ser igualmente exigentes consigo mismos, concentrándose no solo en lo que aprenden, sino en cómo aprenden. La importancia del lenguaje se hace evidente en este proceso. Vygotsky (1978) enfatiza el poder de las palabras para medir, dar forma e informar nuestras experiencias. Al considerar que las palabras, los gestos y el tono de voz comunican intenciones, es esencial que estas expectativas no solo sean conocidas por los docentes, sino que también se internalicen de manera autónoma por los estudiantes y sus familias.
Transformación en el Paradigma del Tiempo y Espacio Educativo
El enfoque centrado en el aprendizaje exige una transformación en el paradigma del tiempo educativo. Ritchhart (2015) señala que el tiempo es uno de los recursos más escasos y desafiantes para los docentes, lo que puede resultar en la falta de atención necesaria para fomentar la reflexión y el intercambio entre pares. Para optimizar la utilización del tiempo sincrónico, se propone trasladar las tareas de investigación y lectura fuera del aula, para permitir una participación más reflexiva y colaborativa en el tiempo de interacción.
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La concepción del espacio también se reconfigura en esta nueva cultura educativa. Los espacios virtuales de aprendizaje adquieren un papel fundamental, donde se visualizan los objetivos y procesos reflexivos que ocurrirán en momentos sincrónicos. Para afianzar esta cultura de aprendizaje, se requiere la fuerza cultural del modelaje. Ritchhart (2015) destaca la importancia de señalar y nombrar las prácticas efectivas para fomentar su adopción por parte de otros estudiantes. Transmitir estas acciones positivas, tanto en el ámbito docente como entre los propios estudiantes, crea una red de influencia que potencia el aprendizaje y la construcción de conocimiento. En este sentido, el docente y el líder pedagógico deben liderar con el ejemplo, adoptando el rol de aprendices y cultivando una cultura de pensamiento y reflexión.
En resumen, el cambio cultural hacia un enfoque centrado en el aprendizaje demanda una cuidadosa consideración y aplicación de las fuerzas culturales mencionadas. La interacción frecuente, la creación de rutinas de pensamiento y la promoción del modelaje se erigen como pilares fundamentales para fomentar un ambiente de aprendizaje activo y significativo.
Oportunidades en la Coyuntura Actual
La actual coyuntura presenta una oportunidad valiosa para los sistemas educativos, sus directivos y el cuerpo docente de redefinir tanto los objetivos de aprendizaje de los estudiantes como los propios, considerando que la prolongada ausencia del entorno físico de las escuelas ha acentuado las disparidades de aprendizaje entre los agentes educativos. Esta recalibración, respaldada por una evaluación diagnóstica de la reintegración de los estudiantes, permitirá discernir los aspectos más críticos del aprendizaje dentro de la comunidad en su conjunto. Esto, a su vez, fomentará una visión más eficaz de cómo cultivar y enriquecer una cultura enraizada en el aprendizaje.
Consideramos que esta coyuntura ha brindado una oportunidad sin precedentes para desafiar los paradigmas existentes entre docentes, familias y estudiantes. Nuestra indagación se ha guiado mediante una secuencia de análisis de cada fuerza cultural, no obstante, resaltamos la imperiosa necesidad de abordar la problemática señalada desde una perspectiva sistémica. Tal enfoque aprovecharía la colaboración entre docentes, familias y estudiantes para identificar oportunidades de mejora en cada una de las fuerzas culturales. El rol de cada individuo en esta encomiable tarea radica primordialmente en asumir el papel de aprendices tanto en el qué como en el cómo del proceso de aprendizaje. Es crucial contar con una comprensión clara de lo que debe medirse para dar lugar a círculos de mejora continua de calidad.
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