Si Vas a Emprender el Viaje Hacia Ítaca: Un Significado Profundo

El mito del iniciado existe desde el principio de los tiempos y está presente, asimismo, en todas las culturas. Su memoria ancestral late en nuestro inconsciente para recordarnos el camino de vuelta a casa. Se trata de un viaje iniciático que los seres humanos realizamos hacia el recuerdo de nuestra Identidad Esencial.

Aquel joven que buscaba la iniciación y dejaba atrás la casa de sus padres, a menudo con dolor, emprendía una ruta bendecida por el cielo en la que enfrentaba los peligros de la tierra. Este héroe, tras luchar con los dioses y las bestias, fortalecía y templaba su ser hasta poder acceder a la cámara oculta de los iniciados.

El Viaje Iniciático en la Mitología

En la mitología, este viaje se describe como una travesía plagada de aventuras «no casuales»; un largo camino durante el que un héroe se enfrenta a terribles criaturas y peligros. Estos aspectos del viaje en realidad reflejan las sombras internas y, a su vez, conforman la dimensión psicológica que permanece sumergida por no haber sido todavía reconocida. Hércules es un ejemplo mítico de héroe iniciado que emprende un camino tan peligroso, como profundamente transformador.

En realidad, los caminos iniciáticos han supuesto una especie de mapa que señala el Camino Mayor de la vida. Lo más destacable de este tipo de viajes organizados por las Escuelas y grupos de desarrollo transpersonal, son las diversas prácticas de autoindagación y meditación que se proponen durante momentos diferentes del camino. En los Viajes Iniciáticos se potencia un nivel de consciencia y comprensión que hacen del viaje una experiencia valiosa e inolvidable.

En un viaje iniciático, el viajero se transforma y no tarda en confirmar que quien vuelve a casa, vuelve siendo diferente.

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Ítaca: Más que un Destino, un Viaje Transformador

Quienes hemos volcado durante décadas nuestros esfuerzos y nuestra energía, nuestra pasión y nuestro talento en el noble y crucial ejercicio del derecho de defensa consideramos la Abogacía una verdadera escuela de vida. Hemos acumulado experiencia. Tanta, aunque sólo sea por nuestros años, que llegados a ciertas cotas en nuestra profesión apreciamos más si cabe la importancia que tiene “el viaje”.

En el poema ‘Ítaca’, de Konstantino Kavafis, está expresado de manera singular y hermosa: “Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca/ pide que tu camino sea largo/ rico en experiencias, en conocimiento…”. En ese poema de 1911 el magnífico poeta griego hace referencia al mítico viaje de la Odisea, donde se narra el viaje de Ulises a su patria, Ítaca, tras la guerra de Troya.

Ítaca, en la cultura de Occidente, significa ‘llegada’, ‘logro’. El poema, sin embargo, pone el énfasis en el propio recorrido, y en un camino que debe estar abierto a todas las experiencias que constituyen la vida. Sólo al final repara en el propósito del viaje: “Ten siempre Ítaca en la memoria/ llegar allí es tu meta/ más no apresures el viaje (…) Ítaca te regaló un hermoso viaje/ sin ella el camino no hubieras emprendido”.

En efecto, para mí la meta ha sido con frecuencia en la vida el pretexto para echar a andar.

Cuando decidimos unir Psicología y Viajes no estábamos en realidad inventando nada nuevo, aunque sí uniendo de nuevo los hilos de una tradición algo perdida por el turismo de masas. La idea del viaje como transformación personal está de algún modo en nuestro inconsciente colectivo, tal como lo estudiaron autores como Carl Jung y Joseph Campbell.

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Podemos encontrar la idea del Viaje en los orígenes culturales de la Civilización Occidental, siendo ejemplo de ello los poemas homéricos de la Odisea y de la Ilíada. En la Odisea, Ulises debe viajar desde Troya hasta su casa familiar en Ítaca, viaje que le llevará más de diez años y todo tipo de dificultades, peligros y aventuras. Es un tema que después se repetirá una y otra vez en la literatura europea, y en donde siempre se da ese doble componente, el del viaje exterior, en el espacio y el tiempo, que de alguna manera canaliza y ayuda a que se produzca el viaje interior, el autodescubrimiento.

Podemos encontrarlo en múltiples casos como: El libro de Perceval de Chrétien de Troyes, el Quijote de Cervantes, los libros de aventuras de Julio Verne, Donde viven los monstruos de Sendak o Sin noticias de Gurb de Eduardo Mendoza.

Y ya en tiempos recientes encontramos el mismo tema en muchos libros del género de autoayuda que usan el viaje para explicar la transformación del personaje. Y sin ser viajes en el sentido físico del término, la idea de la transformación personal forma parte del mito universal que Campbell explicó como el Viaje del Héroe, en que es la propia transformación personal a través de una serie de etapas y pruebas, a las que el «héroe» se enfrenta, la que da la dimensión metafórica de Viaje a ese proceso de cambio. Esta estructura en la que el héroe siente la llamada y tiene que enfrentarse a duras pruebas, normalmente con la ayuda de un mentor, es una de las estructuras más usadas en novelas y películas, algunas tan conocidas como la saga de Star Wars o Matrix.

Por tanto, la idea de viaje como transformación personal interior es algo que llevamos impregnado casi en nuestro ADN y no nos resulta ajena. Es algo que nos toca de una manera especial, que nos hace vibrar con la posibilidad de vernos transformados, de encontrar nuestro lugar en el mundo, nuestra misión. Por eso nuestra idea de hacer Viajes Interiores tiene para nosotras un significado muy especial, pues es entroncar con nuestra historia, tanto la personal, como la cultural, como la emocional y entrar de lleno en nuestro inconsciente permitiendo que se expandan todas las posibilidades. Y porque de alguna manera, nuestro propio proceso de transformación, también ha sido nuestro particular Viaje del héroe.

El Viaje Filosófico: Ascenso, Descenso y Reflexión

El ser humano sobrevive y sostiene su existencia proyectando imágenes, interpretaciones e ilusiones que buscan compensar el carácter indeterminado del mundo. Algo que no resulta extraño a la filosofía y su búsqueda de nombres para describir la realidad, y que se puede advertir en la importancia y recurrencia de ciertas metáforas en la historia de nuestra cultura.

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En su libro Paradigmas para una metaforología, Blumenberg señala que en relación con la metáfora del viaje hay una investigación especial, altamente interesante, todavía pendiente de realizar. La fuente eterna de esta imagen del viaje se encontraría, según el pensador alemán, en la Odisea de Homero con su particular énfasis en la figura cíclica del retorno (en este caso, el de Ulises a Ítaca). Pero alcanzaría también otras modulaciones más centradas en la imposibilidad del regreso, o en la inminencia del extravío.

La filosofía se ha servido muchas veces del viaje como metáfora y, en ese juego simbólico, la cuestión del retorno al lugar del que se partió ha sido algo insoslayable. Una de las primeras imágenes de estas características se encuentra en el célebre relato platónico de la caverna. En dicho texto se describe la alienante situación de unos hombres encadenados en el fondo de una caverna, forzados por su propia ignorancia a contemplar solamente las sombras de la verdad.

La escena adquiere la connotación de un viaje cuando uno de estos sujetos rompe sus ataduras e inicia el camino de ascenso hacia la salida de este reino de oscuridad. Se trata de un trayecto escarpado y fatigoso que obliga a un verdadero triunfo sobre sí mismo y sobre la inercia que nos invita a permanecer en la apacible e ilusoria existencia de la caverna. Sin embargo, la recompensa frente a este sacrifico resulta muy significativa. Los rigores de una «vida examinada» y sometida a la primacía de la teoría encuentran su compensación en la potencialidad liberadora del conocimiento.

En efecto, el sujeto que logra conquistar la salida del reino sombrío descubriría la verdad en su plenitud y alcanzaría un saber fundamental respecto al carácter ficticio y degradado que posee la vida de aquellos hombres que aún permanecen encadenados. Sin duda, este es un viaje iniciático en donde el individuo desarrolla una primera formación que lo aleja del punto de vista convencional, del dominio de las opiniones, de aquello que Séneca llamaba la stulticia. El stultus está totalmente expuesto al mundo externo y por eso deja entrar en su mente, sin examinarlas, todas las representaciones que la realidad puede ofrecerle. Carece de discriminatio, no tiene capacidad de establecer distancia y así se dispersa entre las sombras de la caverna.

El viaje filosófico, entonces, busca antes que nada desplazar hacia un lado la stulticia. A esto mismo se refiere Descartes cuando vincula su iniciación filosófica con la actividad de viajar: Así pues, tan pronto como estuve en edad de salir de la sujeción en que me tenían mis preceptores, abandoné del todo el estudio de las letras; y, resuelto a no buscar otra ciencia que la que pudiera hallar en mí mismo o en el gran libro del mundo, empleé el resto de mi juventud en viajar, en ver cortes y ejércitos, en cultivar la sociedad de gentes en condiciones y humores diversos, en recoger varias experiencias, en ponerme a mí mismo a prueba en los casos que la fortuna me deparaba y en hacer siempre tales reflexiones sobre las cosas que se me presentaban, que pudiera sacar algún provecho de ellas.

Una elevación que tiene a Sócrates como principal protagonista, en cuanto que él constituye la expresión máxima de la figura del filósofo que rompe con las cadenas del falso saber y que accede a la verdadera ciencia de lo universal. Pero el viaje no culmina en este punto, Sócrates debe perentoriamente regresar a las entrañas de la caverna y ello supone una excursión aún más peligrosa que la anterior. El hombre que ha acostumbrado su vista a la luz ahora se desenvuelve con torpeza entre las tinieblas. Por esa razón, una vez que se produce el regreso de Sócrates, los hombres encadenados lo desacreditan y asocian su discurso a la locura o la corrupción moral.

El proyecto de liberar a los sujetos a través de la ciencia filosófica, un programa pedagógico que Sócrates encarna con su método mayéutico, deriva en la condena a muerte del mensajero. Desajuste, por lo tanto, entre la palabra filosófica y la ciudad de los hombres. ¿Qué sentido puede tener, entonces, el regreso socrático del viaje filosófico? Hay una doble necesidad. Por una parte, es la exigencia ética de un acto comunicativo y pedagógico que el saber verdadero impondría al filósofo. Por otro lado, hay una aspiración a ordenar la realidad corrupta de la ciudad en función de la idea de bien.

En esta segunda dimensión, el retorno del filósofo se enlaza con el sueño del filósofo gobernante. Si a la filosofía platónica le interesa regresar a la realidad, ello se debe paradójicamente a un profundo sentimiento de que hay algo inhóspito, inexplicable y rechazable en ella, lo cual obliga a intentar modificarla y ajustarla al concepto. El descenso filosófico, por ende, se justifica desde la angustia que genera el carácter defectuoso de la realidad y que anima el proyecto de disolución de la heterogeneidad existencial en el océano de la idea absoluta.

No obstante, lo real se resiste pertinazmente a adecuarse a lo ideal, la polis no se ajusta a su fundamentación filosófica y el retorno parece convertirse en una sucesión de derrotas. Quizás a estos sucesivos fracasos se deba el hecho de que la filosofía regrese una y otra vez, a lo largo de su historia, al empeño de realizarse políticamente. Y que lo haga de maneras muy dispares, que van desde el sueño platónico del filósofo Rey hasta los regímenes políticos orgánicamente articulados mediante una ideología, pasando por la utopía del gobernante ilustrado a través del saber filosófico (Foucault).

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